Es el Sebastian Vettel del ajedrez. Con 13 años ya se codeaba con los grandes, a los 19 se encaramó al número uno del ‘ranking’ y ahora, con 22, acaba de completar el círculo. El nuevo campeón mundial rompe moldes. Noruego, elegante y tan seguro de sí mismo que raya la arrogancia, Magnus Carlsen tiene unos ingresos anuales por encima del millón de euros y una mente privilegiada… Por Nigel Farndale

Oslo, una tarde luminosa. Magnus Carlsen está sobre el sofá con las piernas abiertas, casi tumbado, como si se encontrara en el diván de un psicoanalista. Así es como sus oponentes, sin duda, querrían verlo: mentalmente desordenado, como le sucediera al antiguo campeón mundial de ajedrez Bobby Fischer. Carlsen se lo toma a broma, dice que solo tiene 22 años y mucho tiempo por delante para hacer locuras . Pero las locuras, por el momento, parecen estar muy lejos. Acaba de arrebatarle el título mundial a Viswanathan Anand, de 43 años y cinco veces campeón del mundo. Vishy, como es conocido, preparó la cita de forma intensiva durante tres meses. Carlsen se lo tomó con mucha más calma. Esa tranquilidad forma parte de su talento.

Tratar a Carlsen de genio puede sonar a recurso facilón, pero no hay término más adecuado. Es lo que explica que sea conocido como el Mozart del ajedrez. Un apodo que tiene menos que ver con sus dotes más espectaculares memorizar millares de partidas o derrotar a diez buenos jugadores de forma simultánea y con los ojos vendados que con su forma de jugar. Carlsen realiza sus movimientos basándose más en la intuición que en el análisis, más en el sentimiento que en el raciocinio. Y en sus partidas se da una armonía peculiar; una música, por así decirlo.

No sería sorprendente, por tanto, que los aficionados al ajedrez también quisieran ver a Carlsen en el diván o, mejor dicho, escuchar con atención lo que tuviera que decir y adentrarse un poco en su mente extraordinaria. Y es que Carlsen sigue siendo un enigma, a pesar de su muy conocida ascensión de niño prodigio a número uno del mundo más joven de la historia con tan solo 19 años, culminada el año pasado con su reconocimiento como mejor jugador de la historia y rematada hace unos días con el campeonato mundial, el segundo ajedrecista más precoz en conquistar el título después de Gari Kaspárov.

«No he tenido tiempo para relaciones serias. De todos modos, cuando salgo y una chica empieza a contarme que de niña jugaba con su abuelo al ajedrez, ¡no lo soporto!

Su padre, Henrik, era un ejecutivo del sector petrolífero muy aficionado al ajedrez, pero jugador del montón. Magnus, desde muy pequeño, destacó por su memoria asombrosa: era capaz de enumerar los países del mundo con sus índices de población y demás, si bien no se concentró de verdad en el ajedrez hasta los ocho años, estimulado por la rivalidad con sus tres hermanas mayores. Corría 2004.

¿Qué siente por sus rivales?

Su expresión meditabunda, el trazo mohíno de la boca, la frente abombada, casi de neandertal, en la que aparecen arrugas cuando se concentra en algo; todos estos rasgos le han granjeado la designación de uno de los hombres con más gancho sexual de 2013 por la revista Cosmopolitan, así como varios lucrativos contratos para posar junto a Liv Tyler en una campaña publicitaria. Ese gesto de aburrimiento permanente se transforma en una sonrisa morbosa y torcida -una expresión que arranca en la comisura de los labios para extenderse por su rostro como una sombra- cuando juega al ajedrez y sabe que el jaque mate anda cerca.

¿Qué siente por sus rivales?

-Nada en especial. Me resulta difícil, eso sí, jugar contra quienes dan la impresión de no tomarse el juego con la suficiente seriedad. Por poner un ejemplo, en el curso de uno de los principales torneos vi que el jugador que iba a ser mi rival al día siguiente se tomaba un par de copas por la noche. Eso afectó a mi concentración, pues me resultaba difícil jugar en serio contra una persona que había estado bebiendo unas horas antes.

¿Es un genio?

Los periodistas consideramos que es un genio. ¿Lo es?

-No, yo no soy un genio. Simplemente soy muy bueno en lo que hago y tengo la suerte de dedicarme a lo que más me gusta. Soy un tipo tranquilo y relajado, pero muy decidido en lo que respecta al ajedrez. No me gustan los conflictos de ninguna clase, salvo en el tablero.

A los 13 años ya era famoso en Noruega. ¿En el colegio había alumnos que se metían con usted?

-No mucho. Había chicos con los que no me llevaba bien, que me tenían manía y me decían esto o lo otro, pero nada que me molestara en particular. A veces les provocaba un poco y ellos se tomaban su venganza.

¿Sus hermanas lo ayudaron a no creérselo demasiado?

-Pues sí. Nunca me trataron como si fuera un ser especial.

Su padre decía que usted podía ser bastante cabezota…

-Sí, sobre todo en la relación con mis hermanas, porque ellas también son testarudas.

Un ejemplo de esa cabezonería fue su decisión de no ir a la universidad…

-Mis padres querían que fuese, pero yo me fui alejando de la idea de contar con una educación formal y, finalmente, lo aceptaron. No ponía mucha atención y nunca fui muy buen estudiante. Los últimos años en el colegio fueron bastante aburridos, no me interesaba ninguna asignatura.

¿Es un monstruo?

Carlsen viste una americana gris con el logo de su patrocinador; el edificio de acero y cristal en el que nos encontramos alberga las oficinas de otro de sus patrocinadores: un banco de inversión. Entre ambos, Magnus recibe alrededor de 1,2 millones de euros anuales, algo inusual en un ajedrecista. En todo caso, no parece importarle que entre sus obligaciones contractuales se incluyan espectáculos publicitarios como partidas simultáneas con los ojos vendados. De hecho, parece divertirse con estas cosas.

-Cuando te pasas la vida pensando en el ajedrez, es como si tuvieras una constante venda en los ojos. Aunque entiendo que otras personas piensen en mí como una especie de monstruo de feria. Uno de los aspectos más bonitos del ajedrez es que no necesitas del tablero para jugar o analizar una partida.

¿Juega mejor que una máquina?

En su casa apenas hay tableros, no precisa de ellos para entrenarse. Tampoco utiliza los ordenadores tanto como otros ajedrecistas.

-Los uso para analizar mis aperturas, pero en un torneo parto de la presunción de que soy el mejor jugador de los presentes. Intento detectar movimientos que suelen escapar al análisis de un ordenador.

La seguridad en sí mismo no es, resulta evidente, una de las carencias de Carlsen. En 1997, la derrota de Kaspárov a manos de Deep Blue -un superordenador de IBM- alimentó el debate sobre la capacidad del ser humano contra las máquinas. Un debate por el cual Carlsen no parece muy interesado.

-Nunca me gustó jugar contra las máquinas. Si gano, yo no me siento satisfecho y perder contra una máquina siempre resulta doloroso.

La derrota contra Deep Blue desequilibró a Kaspárov.

-Es verdad, pero es que a Kaspárov le afectan mucho las derrotas. No pensaba que iba a perder contra Deep Blue y al final del enfrentamiento estaba nervioso y reconcomido por las dudas. En el fondo, me temo, se derrotó a sí mismo.

Los ordenadores no sufren fatiga mental. ¿Cómo se siente cuando lleva siete horas jugando? ¿Le duele la cabeza?

-Me siento cansado, pero tampoco es eso. Me cuesta estar sentado siete horas frente al tablero. Necesito levantarme y pasear un poco.

¿Se trata de un truco para desconcentrar al rival?

-No. Me levanto para refrescar la mente, con el objetivo de volver a afrontar la partida desde una nueva perspectiva.

¿Teme volverse loco?

El número de partidas posibles en el ajedrez es mayor que el de los átomos en el sistema solar. El mero hecho de pensarlo resulta mareante. Y, sin embargo, los Grandes Maestros disfrutan de dicho vértigo intelectual y se refieren a él como el tanque , un lugar donde les resulta agradable perderse y olvidarse del tiempo mientras la mente explora un alud de ideas.

Cuando lleva mucho tiempo pensando en la próxima jugada, una hora entera quizá, dándole vueltas en la cabeza a un sinfín de variantes, ¿no tiene a veces la sensación de estar volviéndose loco?

-Un poco sí, es posible. Pero si me paso una hora estudiando un movimiento, al final no hago más que pensar de forma circular, por lo que la jugada final seguramente no acabe siendo la más indicada. Por lo general, me bastan diez segundos para tener claro qué es lo que voy a hacer; el resto del tiempo lo empleo en confirmar que esa idea inicial, efectivamente, es la mejor jugada posible. Muchas veces soy incapaz de explicar un movimiento preciso. Tan solo sé que es lo que el cuerpo me pide. Y, por lo visto, mi intuición acierta la mayoría de las veces.

¿Le inquieta la posibilidad de perder la cabeza, como le pasó a Bobby Fischer?

-Creo que el ajedrez fue lo único que mantuvo cuerdo a Fischer. Sin el ajedrez se hubiera vuelto loco mucho antes. Su historia personal es muy distinta a la mía. Él tuvo una niñez difícil, unas relaciones familiares difíciles. Yo he disfrutado de una niñez mucho más protegida, más normal. Todo lo normal dentro de lo posible, teniendo en cuenta que me pasaba media vida viajando.

¿El nuevo Bobby Fischer?

Hay paralelismos entre Carlsen y Bobby Fischer, el único campeón mundial anterior procedente del mundo occidental. Ambos se hicieron famosos a muy temprana edad merced al audaz sacrificio de una reina, los dos se encontraron con que la celebridad empañó su niñez y ambos son tenidos por fanáticos del ejercicio físico. Carlsen es socio del gimnasio existente en el nuevo complejo de apartamentos donde reside; también es muy buen esquiador y futbolista.

«En diez segundos, ya tengo clara la jugada: luego, me tomo mi tiempo para confirmar que esa es la mejor opción. Hago lo que el cuerpo me pide. Mi intuición acierta casi siempre»

-Últimamente he empezado a jugar en un equipo de Oslo. Juego de lateral izquierdo, como ‘defensa-estorbo’ más que otra cosa. Aunque es verdad que soy bastante perezoso. Me gusta dormir hasta media mañana, por ejemplo. Es un lujo que casi ninguno de mis amigos puede permitirse. También hago un poco de yoga, aunque hasta la fecha nunca se me ha ocurrido una buena jugada de ajedrez mientras lo practico.

Cuando duerme, ¿sueña con el ajedrez?

-De vez en cuando, pero los sueños de ese tipo suelen tener que ver con algo negativo. Muchas veces sueño que pierdo contra jugadores en principio bastante peores o que llego tarde a la partida y me penalizan. Son sueños muy recurrentes, y no sé por qué me vienen a la cabeza.

¿Hay sitio para el amor?

Fischer vivió como un solterón durante la mayor parte de su complicada existencia. Carlsen, por el momento, tampoco tiene pareja.

-Porque en los últimos tiempos no he tenido tiempo de llevar una relación de tipo serio. Espero que las cosas cambien en este sentido ahora que ya se ha acabado el campeonato mundial.

Supongo que su futuro amor tendrá que saber un poco de ajedrez

-Sí, bueno, probablemente. Pero también sería bonito que La verdad es que no disfruto cuando salgo por la noche y las chicas empiezan a contarme que, cuando eran pequeñas, solían jugar al ajedrez con su abuelo. Eso no lo soporto. Me parece de lo más aburrido. Prefiero hablar de cualquier otra cosa.

¿A veces llora?

-Ayer, me entró un berrinche tremendo mientras instalaba mi nuevo televisor, porque no había manera de que el sonido funcionara. Pero eso era más frustración que otra cosa. ¿Que si a veces lloro? Casi nunca. Puedo enfadarme, pero casi siempre en relación con el ajedrez.

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