Él fue quien apretó el gatillo. Un disparo. Dos. Tres. Y Bin Laden cayó abatido. Robert O’Neill, uno de los militares más condecorados de EE.UU., hizo pública en 2014. Ahora está en el punto de mira de los islamistas. Por Toby Harnden

No duró más que una décima de segundo, pero el momento en que vio a Bin Laden ha quedado grabado a fuego en su mente. «Puedo verlo cada vez que cierro los ojos, afirma Robert O’Neill. Me chocó lo alto que era, y más delgado de lo que pensaba. Se había recortado la barba. El pelo lo llevaba casi al cepillo y cubierto por una gorra blanca». A través de sus gafas de visión nocturna, O’Neill vio que el líder de Al Qaeda tenía las manos sobre los hombros de su esposa más joven, Amal, y la empujaba hacia delante. Bin Laden no tenía intención de rendirse.

ONeill le disparó dos veces en la frente; la segunda, mientras se desplomaba. Una vez que cayó abatido en el suelo, el jefe de equipo de los Navy Seals le descerrajó un tercer balazo en la cabeza. Tenía que cerciorarse de que estaba muerto. O’Neill, uno de los militares más condecorados de todas las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, con más de cincuenta distinciones honoríficas, me recibe en California. Sentado en el patio de un hotel, el exmiembro de los Seals acerca su rostro al mío. «Así de cerca estuve de él, asegura. A menos de medio metro».

Nuestro hombre, de 38 años, agrega. «Lo que te interesa es que la bala entre por la parte posterior del cráneo, para sajarle la médula espinal. Si sospechas que lleva puesto un cinturón bomba, le disparas a la cara. En la vida real, la gente no muere tan rápido como en las películas. Si disparas al pecho, el fulano siempre puede tener tiempo para activar el cinturón». O’Neill hace una pausa y se disculpa. «Perdóneme por comer estas cosas. Por la mañana siempre desayuno un emparedado de beicon, explica, antes de pegar un nuevo bocado».

Tras licenciarse de la Marina en 2012, O’Neill ha creado una fundación sin ánimo de lucro, llamada Your Grateful Nation, para ayudar a los veteranos del Ejército a adaptarse de nuevo a la vida civil. Constantemente está viajando por los Estados Unidos para pronunciar discursos de ánimo y motivación.

El pasado noviembre, O’Neill decidió hacer pública su participación decisiva en el operativo contra Bin Laden. Inmediatamente, su confesión fue reprobada por varios oficiales de la Armada y provocó las quejas de algunos integrantes de los Navy Seals. Aseguraban que había quebrantado el código de silencio del cuerpo. Un código de silencio que en los últimos tiempos ha sido ignorado por otros. La piel de O’Neill es tan blanca que resulta casi translúcida. Un pelo rojizo y ralo asoma bajo una gorra de lana con visera, y sus cejas casi blancas enmarcan sus ojos azules. Al igual que otros miembros de las fuerzas especiales estadounidenses, hace gala de una increíble seguridad y autoridad en todos sus gestos y movimientos.

Sus brazos están cubiertos de tatuajes. El izquierdo lo ha decorado con las palabras que el presidente George Bush pronunció la noche del 11 de septiembre de 2001. ‘Nuestra libertad esta mañana ha sufrido el ataque de un cobarde emboscado, pero vamos a defender nuestra libertad’. O’Neill se la hizo tatuar para celebrar la muerte de Bin Laden. El brazo derecho muestra otras señales: las cicatrices de una operación médica. Tenía el tendón al límite desde hacia años por hacer rápel, por tirarme en paracaídas y demás y terminó por desgarrarse.

Ya han pasado casi cuatro años desde su encuentro con Bin Laden en el segundo piso de un refugio fortificado en Abbottabad (Pakistán). O’Neill no es religioso, pero no tiene duda de que el destino lo situó en ese lugar. Por entonces ya llevaba 15 años en el cuerpo de élite de los Navy Seals y había participado en casi 400 operativos de combate. Aunque fue adiestrado como francotirador, durante su primera misión en Afganistán fue transferido a una unidad de asalto. «Los especialistas de asalto iban a irrumpir en la casa, y me dije que quería estar en primera línea, lo más cerca posible -indica-. Para hacerle frente al enemigo en persona, cara a cara. La operación era la respuesta al 11 de septiembre, y para mí era un asunto personal». O’Neill estaba seguro de que esa noche iba a morir; sospechaban que Bin Laden había instalado explosivos por toda la casa. Durante los noventa minutos que duró el vuelo en helicóptero desde Jalalabad, contó hasta mil, y de mil a cero, una y otra vez, para mantener una concentración absoluta.

«Algunos chicos oían música; otros dormían, ya sé que cuesta creerlo… Cuando ya estábamos cerca de nuestro destino, me puse a pensar en lo que iba a pasar. Esa noche íbamos a morir todos, pero valía la pena hacerlo por nuestra causa, en vez de hacerlo 50 años después, con el remordimiento de no haber participado en el operativo. Era lo que queríamos hacer. Queríamos hacerlo por las personas que nada tenían que ver con la guerra y que un soleado martes por la mañana se lanzaron al vacío para no morir abrasados por el fuego».

El grupo de asalto Seal Team 6 estaba formado por 23 hombres. O’Neill fue el décimo en entrar en el edificio. Cuando lo hizo, dos de los guardaespaldas y una de las esposas de Bin Laden ya habían sido abatidos. Los que iban por delante nos abrían las puertas. «Yo me mantenía algo por detrás, a la espera de que me llegara el turno de actuar». «La coordinación de movimientos era automática. Si uno de mis compañeros señalaba en una dirección, yo tenía que hacer lo mismo. Si torcía en otra dirección, yo tenía que hacer otro tanto. Es lo que llamamos ‘estar siempre moviendo la cabeza de lado a lado’ «.

Mientras el operativo subía al piso de arriba, O’Neill era el séptimo en las escaleras. El soldado en vanguardia hizo salir a Khalid, uno de los hijos llamándolo por su nombre, y acabó con él a tiros. O’Neill recuerda lo que la analista de la CIA -conocida como Maya- dice sobre Khalid en la película La noche más oscura. «Nos explicó que, si al subir por las escaleras nos encontrábamos ante Khalid, sería indicio de que estábamos ante la última línea de defensa». Cinco de los soldados de élite se dispersaron a toda velocidad para entrar en las distintas habitaciones del primer piso, y O’Neill se quedó por detrás de su compañero en primera línea. Ambos subieron al tercer piso, y su colega entrevió a Bin Laden tras unas cortinas y le disparó, pero sin acertarle.

Al atravesar las cortinas, dos mujeres se le echaron encima. Su compañero al momento las agarró y apretó su cuerpo contra los de ellas, para absorber al máximo la onda expansiva en caso de que detonaran un cinturón bomba. O’Neill se situó por delante, giró a la derecha y se encontró ante Bin Laden.

Tras regresar a Jalalabad, ONeill se encontró con Maya y la acompañó hasta el cadáver de Bin Laden, recién desembarcado del helicóptero. ‘Este es el tipo al que buscabais, ¿no?’ , preguntó. Maya asintió con la cabeza y dijo: M’e temo que acabo de quedarme sin empleo’. O’Neill se licenció. En parte porque sentía que había cumplido con su deber tras eliminar a Bin Laden, pero también porque sentía que estaba perdiendo facultades. «Si nos disparaban, ya no sentía el subidón de adrenalina. No me ponía nervioso, y me preocupaba meter la pata por tomármelo todo con demasiada calma».

Nunca pensó que algún día acabaría por revelar su identidad. Lo suyo había sido trabajar en la sombra. Pero cambió de idea el día que se encontró con los familiares de las víctimas del 11 de septiembre en una ceremonia en Nueva York, donde hizo entrega de la camiseta que llevaba puesta durante el asalto al refugio de Bin Laden. «Todos los que estaban en la sala rompieron a llorar. No podían reprimir las lágrimas. Era la primera vez que contaba mi historia en público. Y pensé: ‘Si puedo ayudar a estas personas, también puedo ayudar a otras'».

Hoy es conocido en todos los Estados Unidos. Y sabe que, por eso, él y su familia corren un alto riesgo. Como sucede con tantos antiguos miembros de los Navy Seals que se pasaron diez años o más en la guerra (en doce escenarios bélicos distintos, en su caso), su matrimonio terminó por irse a pique. O’Neill se niega a hablar de sus hijos o a decir dónde viven. «Me paso la vida metido en aviones admite resignado. Estoy de viaje cinco o seis días por semana. Hay algunos lugares en los que tengo una muda de ropa y un techo bajo el que dormir, pero siempre estoy de paso. Y prefiero no hablar de mi familia. Pago el alquiler de una casa, eso sí, pero para mí no es un hogar».

A todas partes lo acompaña una discreta escolta de seguridad. «Si un día vienen a por mí, no lo van a tener fácil. Tengo con qué defenderme y estoy alerta. Si me matan, me matan. No es que quiera provocarlos, pero tampoco les tengo miedo. Siempre ando con la antena puesta». Pero O’Neill también tiene que andarse con ojo con el Pentágono, que ha dejado claro su rechazo a que los miembros de los Navy Seals hablen sobre la muerte de Bin Laden. Matt Bissonnette, el integrante de los Seals que estaba detrás de O’Neill cuando Bin Laden fue abatido, ganó millones de dólares con su libro No easy day, pero ha tenido que devolver el dinero después de que el Pentágono lo demandara por no haber sometido la obra a la censura militar.

Bissonnette, quien publicó el libro con el seudónimo de Mark Owen, decía haber disparado el tiro mortal a Bin Laden después de que su compañero que iba por delante le hubiera herido. O’Neill desmiente de plano esta versión, sin aspavientos, pero con firmeza. «Digamos que lo achaco al hecho de que los recuerdos de un combate siempre son confusos. Pero tengo muy claro lo que vi. Cuando entré en la habitación, no había nadie a mi lado. No sé qué era lo que estaba pasando a mis espaldas. Pero yo fui el que le disparé y lo maté». El año pasado, O’Neill fue acusado de revelar información clasificada, pero lo cierto es que los investigadores de la Marina aún no se han puesto en contacto con él. «Si el hecho de que un grupo de Navy Seals monte en un helicóptero, vaya a una casa, suba al piso de arriba y dispare a unos enemigos es información clasificada, yo ya no sé qué decir», apunta con sarcasmo.

Y subraya cómo, en cambio, «los políticos como Robert Gates y Leon Panetta jefe del Pentágono y director de la CIA, respectivamente, en el momento del asalto a la casa de Bin Laden sí que tienen licencia para escribir sus memorias sin que nadie les diga nada. Por lo que parece, quienes nos jugamos la piel de verdad lo tenemos bastante peor». O’Neill no siente remordimientos por haber matado a seres humanos. «Me resultó fácil. Nunca había matado a nadie antes de ir a Irak, y siempre me hacía la misma pregunta: ‘¿Cómo voy a reaccionar el día que mate a una persona?’. Estás muy bien adiestrado y preparado, y casi quieres que pase, porque deseas darle caña al enemigo, pero sigues sin saber cómo vas a sentirte cuando llegue el momento. Yo tengo la suerte de que nunca maté a una persona que me pareciese inocente. Los únicos a los que maté estaban tratando de matar a mis amigos, a mis hermanos, a mis compañeros, a mí mismo. Por eso, nunca he tenido mala conciencia. Nunca maté a alguien por accidente. Nunca vi que un niño resultara herido, y supongo que eso es básico para mi equilibrio mental».

O’Neill no conoció personalmente a Chris Kyle, el miembro de los Navy Seals inmortalizado en la película El francotirador, dirigida por Clint Eastwood y todo un bombazo de taquilla en los Estados Unidos. Pero justo antes de que Kyle fuera asesinado a tiros en 2013, por obra de un veterano del Ejército mentalmente desequilibrado, O’Neill recibió un ejemplar de la autobiografía de Kyle. En la dedicatoria escribió: Un magnífico disparo.

Tan solo los francotiradores, cuenta O’Neill, llevan la cuenta de sus víctimas mortales (160, en el caso de Kyle). «Disparas a un fulano, ves que le has abierto la cabeza y tienes claro que lo has matado. Pero yo nunca llevé la cuenta, y no conozco a nadie que lo haga. La situación es distinta cuando disparas al enemigo a corta distancia. Después, te acuerdas vagamente de que te cargaste a aquel tipo y a aquel otro fulano. Pero yo era miembro de un grupo de asalto, y lo que hacíamos era llevar un recuento conjunto. Después de un operativo hacíamos una estimación. ‘Nos cargamos a 19 tíos en las tres casas en las que entramos’. Y, bueno, la noche siguiente ya estábamos metidos en otra operación parecida».

Además de participar en el operativo contra Bin Laden, O’Neill fue uno de los integrantes de la misión de rescate llevada a cabo frente a la costa de Somalia descrita en la película Capitán Phillips, así como de la fracasada operación en Afganistán que inspiró Lone survivor, otra película de Hollywood. O’Neill asegura que no sufre secuelas psicológicas tras los años pasados en los Navy Seals. «He visto muchos combates y puedo asegurarle que no sufro estrés postraumático. Pero conozco a otros que han visto morir a amigos suyos y que, claramente, no han conseguido superarlo. Aunque un soldado tiene que asumir que es un soldado, que va a ver cosas desagradables y que más tarde va a volver a casa y que tendrá que aprender a manejarse con los recuerdos de ese tipo. Cuando regresaba a casa después de una misión de combate, dormía mal porque aún estaba en tensión. Mi familia me dice que he cambiado. Pero yo no lo veo, porque tengo que vivir conmigo mismo todos los días».

O’Neill, pese a ser jefe de grupo, asegura que él solo fue uno más de los 23 miembros del grupo de los Navy Seals que llevó a cabo la misión contra Bin Laden. Que no merece más reconocimiento que cualquiera de sus compañeros, o que los pilotos de helicóptero que los infiltraron y los sacaron de Pakistán, o que los agentes de la CIA como Maya responsables de la localización de Bin Laden. «Nunca quise ser el centro de atención. Estamos hablando de un conjunto de personas mucho más amplio y que consiguió hacer algo extraordinario. Sencillamente tuve la suerte de poder aportar mi pequeño grano de arena». A pesar de sus palabras, me quedo con la sensación de que O’Neill en el futuro utilizará el papel que la historia le reservó para objetivos que van más allá de ayudar a otros veteranos de guerra o de pronunciar discursos de motivación a los distribuidores de una empresa cervecera, como hace unas semanas, o a los directivos de un fondo de inversión.

O’Neill se expresa con lucidez sobre la amenaza planteada por el Estado Islámico y defiende la conveniencia de contar con aliados suníes, de desplegar pequeños contingentes militares estadounidenses y europeos en el terreno, de establecer un amplio programa educativo en el mundo musulmán. «No basta con la fuerza militar por sí sola. Es una solución que no funciona, como ya se ha visto». A pesar de su admiración por Bush, tiene elogios también para Barack Obama. «El presidente tomó la decisión correcta en el caso de Bin Laden. Esa decisión repercutió de forma directa en mi trabajo. Tampoco escurre el bulto cuando le apunto la posibilidad de que en el futuro haga carrera en la política. La política siempre me ha interesado, pero lo que no me gusta es la negatividad que se da en el mundo de los políticos. Por el momento, me reservo esa posibilidad y, bueno, la puerta siempre está abierta».

La caza de Bin Laden: una muerte muy cuestionada

El 2 de mayo de 2011, un grupo de Seals acabó con la vida de Bin Laden. Organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, y expertos en derecho internacional acusaron a la Casa Blanca de saltarse todas las leyes al ejecutar a un hombre condenado por la justicia estadounidense. Además, se hizo en territorio extranjero, aunque algunas informaciones aseguran que se contaba con el permiso del Gobierno pakistaní, extremo que este siempre ha negado. En los Estados Unidos, en todo caso, tras el anuncio de su muerte, miles de personas salieron a celebrar la muerte del líder de Al Qaeda por todo el país, con concentraciones espontáneas en lugares como la zona cero de Nueva York y el Pentágono, los dos objetivos del 11-S.

Navy Seals, los pistoleros del presidente de EE.UU.

Nacidos a petición de JFK tras el fracaso de Bahía de Cochinos, los Seals (Sea, Air and Land) fueron creados en 1962 y tuvieron su bautismo de fuego en Vietnam. Desde entonces han intervenido por medio mundo como un grupo de Rambos que toman el planeta como una zona de guerra por la que campar a sus anchas. Elevados a la categoría de símbolo patriótico, ingresar en el cuerpo está al alcance de muy pocos. En el año y medio de instrucción, los reclutas son llevados a la extenuación. La primera criba, a los 6 meses, solo la supera el 10 por ciento. El punto crítico es la Semana del Infierno. 5 días de hambre, frío constante y privación del sueño. Su rutina incluye correr 25 kilómetros, nadar 3 en mar abierto, buceo de combate, tácticas de guerrilla, rápel, tiro, demolición

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