El Teatro Real de Madrid cumple doscientos años, y lo hace en un estupendo estado de forma: su prestigio se acrecienta y, tras épocas de números rojos, ostenta superávit. Hablamos con el protagonista de esta gestión. Por Virginia Drake

Acaba de recibir el premio El Ojo Crítico por su trayectoria profesional. Joan Matabosch (Barcelona, 1961) se encargó de la dirección artística del barcelonés Teatro del Liceo, durante 16 años, hasta que en 2013 lo dejó para hacerse cargo del Teatro Real. No se arrepiente de aquella decisión. «Venir a Madrid tenía mucho sentido. Era la persona adecuada para llevar a cabo lo que querían hacer en el Real. En cambio, el Liceo estaba tomando una dirección con la que yo no comulgaba. Querían un teatro con un repertorio muy convencional». Entre sus logros, cambiar el modelo de gestión del Real y pasar de los números rojos al superávit.

«La gente no quiere solo ver obras clásicas. Con un 60 por ciento de programación nueva, tenemos ya el doble de abonados»

Ahora, Matabosch se encuentra inmerso en la conmemoración del bicentenario de este templo madrileño de la música. Nos recibe en su despacho tras el ensayo general de Dead man walking, una de sus arriesgadas apuestas operísticas.

Teatro Real de Madrid

XLSemanal. Ya lleva cinco años en el cargo; sin embargo, su antecesor, Gerard Mortier -que dejó la dirección artística aquejado de un cáncer-, creía que usted no era idóneo para dirigir el Real.

J.M. A Mortier lo conocía desde hacía muchísimos años y teníamos una relación muy cordial. Hubo un malentendido porque no se le dio toda la información sobre su posible sucesor y empezó a hacer declaraciones fuera de lugar, sin saber en qué jardín se estaba metiendo. A él le encantaba el lío, pero puedo asegurar que en ‘ese’ jardín no se hubiera querido meter.

XL. ¿Qué pasa en los teatros de ópera, que son un polvorín constante?

J.M. Me parece muy bien que sean un polvorín de creatividad, pero no que los propios modelos de gestión del teatro se conviertan en constante polémica.

XL. ¿Quizá sea porque la mayoría de ellos son públicos y dependen de las subvenciones?

J.M. En el Teatro Real ha habido polémica toda la vida, es histórica. Desde el siglo XIX -cuando fue un teatro de ópera esplendoroso- hasta hace poco, Madrid no ha sabido qué hacer con este edificio.

200 aniversio del teatro real de madrid, joan matabosch

Ilustración de Verdi dirigiendo una de sus óperas

XL. «Y, sin estabilidad, no hay forma de hacer una programación lógica».

J.M. Es así. La ópera no se puede cocinar de un día para otro. Yo en estos momentos debo tener muy claro el discurso artístico y la programación que va a tener el teatro en 2023. Pero también tengo muy claro en qué tiene que estar tranquilo un teatro y en qué no. La polémica artística es buena, yo no quiero la tranquilidad soporífica en la programación, al contrario. yo quiero una programación cañera.

XL. Al público más tradicional del Teatro Real le gusta escuchar las grandes obras, con puestas en escena clásicas y con divos en el reparto. ¿Los defrauda con una programación tan moderna?

J.M. Las cosas no son como las plantea. Si con un 60 por ciento de programación nueva hemos pasado de 11.000 abonados a 21.000, me parece que no hace falta extendernos mucho más en el asunto. Está clarísimo que el público acepta nuestra propuesta. Dicho esto, me parece absurdo que en la programación no haya también títulos de repertorio. Tienen que estar, pero el acento debe ponerse en abrir la mente y la sensibilidad del público a nuevas propuestas artísticas.

XL. Los resultados se han puesto de su parte: en 2017 han logrado un superávit cercano al medio millón de euros.

J.M. Ha sido un éxito total que la bajada de las subvenciones se haya compensado con un importante aumento de ingresos por patrocinio y con una reducción importante del gasto fijo. La plantilla del Teatro Real entendió que había que ponerse todos a una.

XL. Las nuevas tecnologías han permitido ver representaciones en directo a través de grandes pantallas en las calles, pero reconozca que no es lo mismo que hacerlo desde una sala del teatro.

J.M. No es lo mismo, pero ver una ópera bien filmada -como hemos hecho nosotros- permite ver detalles y primeros planos de cantantes que desde el patio de butacas no se ven. La ópera bien filmada es otra experiencia diferente y multiplica enormemente la difusión cultural. Yo soy un devoto total del tema audiovisual.

XL. Ha dicho. «Hay que huir como de la peste de convertir la programación en un desfile de divos. La ópera no es esto». ¿Se le ha ofendido algún cantante por no darle el protagonismo que esperaba?

J.M. Yo soy tan mitómano como el que más, pero sé distinguir lo divertidísimo que es tomarse unas copas haciendo alarde de mitomanía compulsiva -que me encanta- de la responsabilidad de gestionar una institución pública. Detesto una programación convertida en un desfile de divos, pero adoro que haya alguno de ellos en un proyecto concreto.

XL. ¿Los directores actuales han bajado los humos a los divos?

J.M. El divismo se está acabando. No se puede comparar la generación de los Pavarotti, Caballé, Berganza, la Freni, la Marton, Carreras, Domingo, Kraus… con la generación de ahora. Esos divos tenían carreras de más de 40 años, hoy en día no hay nada comparable. Algunos cantantes no tienen cimientos.

XL. ¿Los que llegan arriba no están bien preparados?

J.M. Cuando Plácido o la Caballé se hicieron famosos, tenían a sus espaldas años y años de escenario en los mejores teatros de ópera. Hoy, un cantante que gana un concurso de canto importante pasa directamente a cantar en el Festival de Salzburgo lo más difícil de Mozart. Antes, eso era impensable. Las de hoy son carreras rápidas, sometidas a gran presión, que duran pocos años porque nadie aguanta.

200 aniversio del teatro real de madrid, joan matabosch

Nijinsky en 1917, cuando actuó en el Teatro Real
 XL. ¿Adiós a la mitomanía?

J.M. Detrás del divo de antes había una catedral construida con todos sus cimientos, detrás de un divo de ahora puede haber un cantante más o menos bueno con una carrera montada por una multinacional, pero al año que viene habrá otro. Nos encontramos con grandes problemas en los repartos cuando necesitamos voces asentadas y muy hechas.

XL. De los críticos -y usted lo fue- dice que a veces son vanidosos y arrogantes y que lee las críticas sin mirar quién las firma para no coger manía a nadie. Esto es difícil de creer.

J.M. Pues lo hago. Entre los críticos hay de todo. competentes y los que se duermen en la butaca y no se han enterado de nada. ¡Qué le vamos a hacer! A mí me interesa saber lo que dicen todos, porque quiero conocer qué hay en el ambiente; pero también sé lo que es equivocarse y lo entiendo, sobre todo cuando los obligan a salirse del teatro antes de que acabe la función para escribir la crítica deprisa y llegar al cierre. Es inhumano y absurdo. No les da tiempo a reflexionar. Por eso sale lo que sale.

«Plácido, Caballé… eran catedrales. Los nuevos divos no son comparables. No tienen cimientos y no aguantan»

XL. Usted ha fijado su residencia cerca del Teatro Real, ¿qué tal vive en Madrid?

J.M. En Madrid se vive genial, aquí estudié tres años Sociología, porque no había en Barcelona, y me encanta. Además, aquí se come muy bien, y eso me apasiona.

XL. ¿Con la situación actual, han cambiado las relaciones entre el Teatro Real y el Liceo?

J.M. Nada, en absoluto. Siguen siendo tan cordiales como siempre.

XL. ¿No se han visto afectadas por el independentismo?

J.M. No. El independentismo era hasta hace poco un tema marginal. Hace una década, los independentistas eran un 10 por ciento de la población y en Barcelona ni existía el tema; que en este tiempo se haya pasado a un 47 por ciento significa que se han hecho las cosas muy mal, pero que muy mal. Pero, con todo, ese 47 por ciento tampoco es suficiente para montar el lío que están montando. No es una base social con la que se pueda dar ni el primer paso.

«Hace una década, los independentistas eran un 10 diez por ciento. Que se haya pasado a un 47 significa que se han hecho muy mal las cosas»

XL. ¿Es más complicado ahora ser catalán en Madrid?

J.M. Yo no he tenido ningún problema. Procuro no discutir de política y, desde luego, nunca a nivel periodístico. Tengo muy claro que no voy a convertirme en un tertuliano de estos a los que les preguntas por la física nuclear y te contestan una cosa, les preguntas por Corea del Norte y también saben del tema. Me produce hilaridad cuando veo a un futbolista opinando de política. Yo no estoy aquí, ante un medio de comunicación, para hablar de esto, pero evidentemente tengo mi opinión. Me produce una tristeza enorme, pero es una tristeza que dura muchos años y ya me he acostumbrado a ella.

XL. ¿Ve tan extraño que le preguntemos por este asunto?

J.M. Hace diez años ya se sabía que esto iba a acabar así. Este problema lleva muchos años fraguándose y se ha gestionado muy mal por ambas partes. desde aquí, en el largo plazo; y desde allí, en el corto. Hÿasta septiembre, muy mal gestionado desde aquí; y, a partir de septiembre, con pérdida absoluta de papeles, desde allí. Si empezamos a repartir responsabilidades, hay para todos. Alguien tendría que hacer examen de conciencia sobre qué se ha hecho catastróficamente mal para que una cosa que era marginal se haya extendido a casi la mitad de la población.

Toda una vida con la música

Hijo de un ingeniero industrial y de una farmacéutica, Joan Matabosch ha estudiado Piano, Canto, Armonía, Sociología y Ciencias de la Información. «En casa -dice-, a mis hermanos y a mí nos metían en el conservatorio a los seis años. Al llegar a la universidad, ya teníamos la carrera de Música».

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