El fuego es intencionado en un 80 por ciento de los casos, pero casi nunca hay culpables. ¿Quién está detrás de esta tragedia? ¿Qué intereses impiden atajarla? Por Diego Bagnera

Quince minutos bastan para convertir en infierno un paraíso. Sólo se necesita una cerilla, no estar bien de la cabeza y mucha imprudencia o maldad. Del resto se encarga el fuego. Incluso, de borrar las pruebas identificatorias y dejar impune el crimen. Al menos 15.000 personas al año encienden por imprudencia, trastorno psíquico o maldad esa cerilla donde no deberían hacerlo: casi el 80 por ciento de los 10.000 incendios forestales que anualmente se producen en España -informa Adena- son provocados.

En ciertas zonas abundan las venganzas por lindes. El fuego es una forma de marcar el territorio y nadie osa denundiar a un vecino

Y hay culpables, sin duda. Pero, en cambio, no hay condenas en proporción a los daños. Se pueden determinar el punto de inicio y la causa de un incendio; más difícilmente, el móvil. Pero ¿y el autor? Es casi imposible. Los indicios y evidencias raras veces dan la talla como pruebas judiciales. El crimen sólo puede demostrarse claramente si el pirómano o el negligente es sorprendido in fraganti en sector prohibido. Las penas, sin embargo, guardan estrecha relación con los daños provocados: sorprendido in fraganti, el incendiario no ha causado aún un gran daño. Su condena entonces, la mayoría de las veces, no es más que una multa, el toque de atención, el antecedente policial. El detenido además siempre tendrá fácil la coartada: quería despejar monte, quemar rastrojos, hacer una barbacoa. Los grandes pirómanos siempre niegan y han negado su intención de ver arder un bosque. ¿El crimen perfecto? Tal vez.

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Un ejemplo es Castilla y León, una de las comunidades autónomas que, tras Galicia, ostenta el mayor número de incendios en España. Allí, entre 1999 y 2003, se realizaron 812 informes de investigación de causas y apenas nueve condenas sobre un total de casi 6.500 incendios, la mayoría intencionados. Por eso la prevención lo es todo. Pero, como denuncian en Ecologistas en Acción, los políticos prefieren lucirse cada verano con lo que gastan en medios de extinción. Mientras tanto, nuestros bosques van desapareciendo año tras año. Y nosotros, asfixiándonos sin notarlo.

EL AUTOR

Entre los bomberos, ayudando a apagar el fuego, es muy posible que esté el causante del incendio. Si se trata de un pirómano, que se encuentran detrás del 15 por ciento de estas catástrofes en España, seguirá en la escena del crimen porque «eso le permite continuar dentro del cuadro de excitación», explica el doctor César Ezpeleta, director del Hospital Psiquiátrico de Palma. No es que se arrepientan, o que se sientan culpables, es simplemente que quieren seguir cerca de «su objeto de deseo». El pirómano no debe confundirse con el incendiario. El primero es un enfermo; el segundo, salvo excepciones, un criminal. La diferencia es que el pirómano no persigue ningún fin ni recompensa económica, «sólo busca saciar un deseo de tipo freudiano, de carácter erótico». Ezpeleta explica que esta patología es un trastorno de personalidad, «como la ludopatía o la cleptomanía: el impulso irrefrenable de producirse placer de una forma muy concreta; en este caso, a través del fuego. Antes de iniciar un incendio, el pirómano experimenta un alto grado de tensión y hay un correlato somático que se refleja en una taquicardia o en un aumento de la tensión sanguínea.

El incendiario es un criminal. El pirómano, un enfermo que no busca un fin económico

«El tipo de excitación que experimenta es de carácter sexual». El pirómano, además, reincide, es serial; de igual modo que un violador. De ahí su peligro. «En España es una patología poco frecuente, pero uno solo basta para hacer un gran daño, ya que hasta que se le identifica, puede provocar 20 incendios cada año.» Consultado sobre si es una patología tratable, el psiquiatra suspira; luego sentencia: «No demasiado».

EL MÓVIL

Sólo en el 35,9 por ciento de los incendios intencionados se puede determinar el móvil. Según Adena, el 64,1 por ciento tienen una motivación desconocida. Las ONG exigen por eso más prevención e investigación de las causas. «Con este desconocimiento no se puede afrontar el problema ni aplicar ningún plan de prevención coherente. Los políticos anteponen la extinción a la prevención.» Asimismo, los ecologistas reclaman que se endurezcan las penas, incluso con los negligentes, y que se modifique la Ley de Montes para prohibir que los terrenos quemados cambien su uso a agrícolas tras un incendio.

    • a. Las quemas  agrícolas
      Suponen el 51 por ciento de las causas de incendio identificadas. Los agricultores queman el resto de sus podas, rastrojos o maleza y se les va de las manos. Este móvil tiene un altísimo nivel de incidencia en Galicia y Asturias. Se considera intencional y no negligente porque el agricultor no ha solicitado permiso ni ha dado aviso. El SEPRONA y las ONG coinciden en la dificultad de encontrar responsables ya que nadie quiere denunciar a nadie, por mucho que alguien sepa que el fuego es obra de su vecino. Los pactos de silencio están forjados a fuego.
      b. La piromanía como enfermedad
      Sin móvil aparente, inician el fuego por un irrefrenable impulso de ver arder una masa forestal y difrutar de su evolución. Miembros del SEPRONA creen que a pesar de suponer el 15 por ciento de los incendios, hay menos pirómanos clínicos de los que se cree. Los psiquiatras coinciden en que la patología es infrecuente y los límites de su diagnóstico, complejos. Si son detenidos y condenados se les envía a hospitales psiquiátricos penitenciarios como los de Alicante y Sevilla, ya que, a pesar de la patología, no se les deja de considerar autores de delito.
      c. El negocio de la madera
      «Los madereros -explican en Greenpeace- van cortando el monte gradualmente. Si se les quema todo, la madera pasa a tener fecha de caducidad: en dos años se pudre todo. El damnificado comienza a recibir ofertas y los rematantes, los intermediarios, aprovechan esa situación de debilidad para hacer negocio. Sabemos de algunos casos, en Cataluña por ejemplo, de serrerías que estaban en la ruina y de repente se han hecho ricas. Un incendio rompe el mercado de la madera. El que pierde dinero es el propietario. Él nunca incendiará su propio bosque; eso seguro.»
      d. Represalias y recalificaciones
      Uno de los móviles más resonados de los 80 y 90: la quema que buscaba la recalificación de suelo forestal en urbanístico para construir casas o campos de gol. La ley de 1995 terminó con esta situación porque ya no se puede construir en suelo incendiado hasta 30 años después del siniestro. Son más frecuentes las venganzas entre particulares: en Galicia, coinciden miembros de Greenpeace y el SEPRONA, suele haber conflictos por los lindes o límites de la tierra. «Hay mucho minifundio y allí el fuego es todo un lenguaje, una forma de decir determinadas cosas.»

EL LUGAR DEL CRIMEN

El fuego puede borrar -y, de hecho, borra- todo rastro menos el propio. Por donde pasa, deja su escritura, sus signos, cuenta una historia y, para quien sepa leerla, revela los detalles de su origen, ascenso y extinción. Si el paso de los bomberos y la acción del agua no han deteriorado muchas pruebas, acaso también sugiera la motivación del autor. Un suelo forestal calcinado expresa igual que cualquier otro lugar de crimen y, como tal, es tratado por los cuerpos de investigación.

  • a. Piedras y rocas. Simpre hay una zona más negra. Nunca están homogéneamente quemadas. El lugar más ocsuro indica el sitio desde el cual provenía el fuego.
  • b. Árboles. Sucede algo similar que con las rocas. En los troncos se produce además el fenómeno de lascamiento, visible en una serie de pequeñas ampollas de polvillo, sensibles al tacto, que el fuego genera en la parte posterior a la frontalmente quemada.
  • c. Gramíneas. Buenos indicadores de la dirección, intensidad y velocidad de expansión del fuego. En un primer momento, tienden a inclinarse hacia el calor de las llamas, pero una vez que el fuego pasa sobre ellas, las deja como biseladas en la punta e inclinadas en el sentido exacto en el que el incendio siguió avanzando.
  • d. Alambrados. Cuando los hay, también denotan la dirección del fuego. El investigador apoya una mano por cada lado del alambrado. Una de ellas saldrá manchada de negro. De esa parte venía el fuego.
  • e. Pasto negro. Indica que las llamas han pasado muy rápidamente, quemando sin detenerse, empujadas por el viento.
  • f. Pasto gris. Mayor calcinación que en las zonas negras. Por algún motivo -disminución del viento o proximidad al punto de inicio o a uno de máxima calcinación-, el fuego allí ardió más tiempo.
  • g. Pasto blanco. Máxima calcinación posible. Algo retuvo allí al fuego haciéndolo arder hasta agotar el material que lo alimentaba. Puede indicar el punto de ignición. Esos sectores suelen ser enviados al laboratorio de criminalística para determinar si hubo presencia de gasolina, alcohol o algún otro acelerante.
  • h. Punto de ignición.  Una vez identificado, se examina exhaustivamente esa parcela para determinar si hay restos de cera, plástico derretido de un mechero, la base de una botella que, por efecto lupa, hubiera encendido el fuego con el sol o, incluso, el esqueleto de una cerilla. Éste podría permanecer carbonizado si el viento no lo cambia de sitio o lo resquebraja.
  • i. Banderillas rojas. Se colocan junto a elementos que indiquen claramente la dirección de la que provenía el fuego: rocas, árboles, gramíneas. La punta de la banderilla señala esa dirección.
  • j. Banderillas blancas. Puede haber una por cada cinco rojas. Señalan un indicador contradictorio a los demás. El fuego puede depender de cambios bruscos, pero breves, del viento o del paso de un animal. Sólo la acumulación de indicadores en un mismo sentido permiten focalizar la posible área de inicio acertada.

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LOS DAÑOS Y LAS VÍCTIMAS

Más de  3.100 millones de euros es el monto en pérdidas que el fuego dejó en España entre 1992 y 2002. Hubo además 59 muertos -30 eran profesionales de extinción-, 118 heridos, casi 42.000 evacuados y 169 viviendas destruidas.
A las pérdidas personales, se suman las ambientales y comunitarias.

El fuego se apaga en invierno, previniéndolo. No en verano, yendo detrás

España, cuyo suelo forestal representa el 54 por ciento del total, ve desaparecer un millón de árboles al año a manos del fuego. Pero estos daños también se traducen en tiempo: un bosque, un pinar, puede tardar en recuperarse 120 años. Una zona de monte bajo, 15 o 20, y si se busca un nivelado arbóreo homogéneo, 35 o 40. ¿Cuándo comenzó este problema? Difícil saberlo. Las estadísticas no van más allá de 1961. Sin embargo, la tendencia actual comienza en 1978. Hubo entonces 8.471 incendios en toda España, 5.000 más del promedio de años anteriores. La peor marca es de 1994. Se registraron récords de hectáreas arboladas arrasadas -250.433-, de pérdidas materiales -1.325 millones de euros- y de incendios de más 500 hectáreas: 92. Desde entonces, el número de incendios no ha bajado aunque sí el total de hectáreas quemadas, que tiende a disminuir cada año, a causa tal vez de una mejor labor en los trabajos de extinción. No obstante, desde 1961, han ardido más de seis millones de hectáreas, el 24 por ciento del suelo forestal de España.

 

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