Las cuatro mujeres de este reportaje han tenido que reaprender cosas tan básicas como hablar, caminar o volver a utilizar los cubiertos. Todas ellas sufrieron daños cerebrales después del parto. Algo no tan ocasional como usted cree. Por José Sanz Mora

Los padres también sufren depresión después del parto

A finales de noviembre de 2013 fallecía a los 40 años Irene Vázquez, mujer del exministro de Justicia José María Michavila, 20 días después de dar a luz a su quinto hijo, Juan. El motivo: una hemorragia intracraneal relacionada con el esfuerzo realizado durante el parto. Este trágico suceso ha puesto sobre la palestra una de las principales causas de los infartos cerebrales que suceden durante el embarazo y la cuarentena: la preeclampsia, la eclampsia, el síndrome antifosfolípido, los aneurismas o los déficits de coagulación. Las mujeres de este reportaje tuvieron más suerte, aunque todas sufren daño cerebral y han tenido que reaprender cosas tan básicas como hablar o caminar.

LA HISTORIA DE MARIFÉ

Cuando se quedó embarazada de Ignacio, Marifé tenía 43 años y una hija de 3, Jimena. Tuvo un embarazo normal, aunque se le hinchaban los pies. Nada que no le ocurra a la mayoría de las gestantes. A las 42 semanas hubo que provocarle el parto. Marifé no ha olvidado que un día después de que naciera Ignacio se le volvieron a hinchar los pies, que regresó a casa con su recién nacido, que pasó un par de días con fuertes dolores de cabeza… Una semana más tarde, en una consulta rutinaria, la matrona le dijo que tenía la tensión arterial alta, que fuera a urgencias. Recuerda perfectamente que acudió al hospital y que en la sala de espera empezó a marearse. Un instante después se apagaron todos sus recuerdos. Había sufrido un ictus.

Cuatro años más tarde, Marifé no es capaz de gobernar la parte izquierda de su cuerpo, aunque la rehabilitación le ha permitido recuperar gran parte del habla y caminar con un bastón. ¿Cómo es posible que un embarazo normal tenga ese efecto en un cuerpo joven? «Marifé había desarrollado una eclampsia, cuenta Alberto, su marido. Se trata de una situación en el posparto que genera una retención de líquidos que acaba comprimiendo las venas. Esto provoca que la sangre circule más rápido y rompa por donde le toque». Alberto, licenciado en Derecho, como Marifé, y que supo salir adelante a pesar de las noticias, no se inmuta a la hora de echar la vista atrás. Nos dijeron que no iban a poder hacer nada por ella. Los médicos fueron muy directos. ‘Morirá en un plazo de entre dos horas y dos días. Y, sin embargo, remontó . Una sentencia macabra. Más aún cuando llega de la mano de la noticia feliz de una vida que comienza.

LA LUCHA DE ÁGATA

La misma sentencia le dictaron a Ágata después de dar a luz a Diego, su segundo hijo, que hoy tiene 7 años. La historia de Ágata no es muy diferente de la de Marifé, salvo porque en su caso no fue una eclampsia la que le produjo el ictus, sino una disminución de la proteína S, encargada de impedir la coagulación de la sangre. Tuvo un parto normal, cuenta Carlos, su marido, aunque hubo algún problema a la hora de inyectarle la epidural. «De hecho, durante los siguientes días estuvo tomando calmantes. Poco después de llegar a casa, una noche vinieron unos amigos a cenar y a conocer a Diego. A Ágata le dolía muchísimo la cabeza e incluso se le caía el tenedor de las manos. Los dos lo achacábamos al efecto de los calmantes, pero un par de horas más tarde empezó a marearse y perdió el conocimiento». Nadie pudo intuir que sufría un accidente cardiovascular tromboembólico.

Si la lesión cerebral le impide a la mujer cuidar de su hijo correctamente, su recuperación se hace aún más difícil

El de Ágata es un caso muy particular. Su accidente le generó una afasia -pérdida de capacidad para generar el lenguaje- que todavía no ha superado. Su oratoria se ciñe a vocablos muy limitados. Sin embargo, la enorme capacidad de superación de esta mujer de 41 años convierte su discurso en un alegato por la supervivencia. «No llorar. Hay que vivir día a día, sin planes», repite con una sonrisa. Todo un ejemplo teniendo en cuenta las palabras de Carlos. Pasó dos meses en coma, y los médicos no nos daban muchas esperanzas de que pudiera volver a hablar ni a caminar. De hecho, tras el accidente pasó dos años y medio en una silla de ruedas. Pero salió adelante gracias a su tesón y a la sanidad pública . Ella no deja de repetir que en el hospital Puerta de Hierro le salvaron la vida. Hoy, no solo camina y se comunica, sino que conduce su propio coche -adaptado-, viaja con sus amigas, hace la compra y ayuda a Diego y a su hermano mayor, Carlos, a hacer los deberes. Es autónoma y, en gran parte, independiente. Día a día, sin planes, como a ella le gusta decir.

El SILENCIO DE NEREA

Nerea tenía 32 años cuando nació Alejandro, su primer hijo, en 2011. Durante el embarazo le detectaron el llamado ‘síndrome antifosfolípido’, una enfermedad autoinmune que ataca los tejidos y forma trombos. Como el feto no recibía toda la sangre necesaria, hubo que provocar el parto a los siete meses de gestación. Un mes más tarde, el día 1 de agosto, mientras veía la televisión, Nerea empezó a tener convulsiones. El síndrome antifosfolípido le estaba provocando un ictus. Una operación logró eliminar el trombo y estabilizar las constantes de Nerea. A partir de ese momento, como en el resto de los casos, su recuperación estuvo íntimamente relacionada con el proceso de rehabilitación.

«Como profesional, te quiebras la cabeza», nos cuenta Sergio García López-Alberca, neuropsicólogo de la Plataforma Española por el Daño Cerebral Adquirido. «Si la lesión impide que la paciente sea capaz de cambiar un pañal o de preparar un biberón, pierde el rol de madre. Ese factor emocional complica la recuperación, un trabajo multidisciplinar en el que entran en juego neurólogos, neuropsicólogos, fisioterapeutas, logopedas…».

Quince días después de ser operada, y sin haber comenzado la rehabilitación, Nerea emitió un sonido. No fue una palabra, solo un grito, pero desató la esperanza.

EL SUSTO DE RAQUEL

Raquel y Santiago se casaron en octubre, después de mucho tiempo siendo pareja. «Habíamos decidido que nos casaríamos cuando Maya, nuestra hija, fuese mayor», cuenta Santiago. Sin embargo, visto lo visto, es mejor no posponer las cosas. Todo se remonta a finales de 2011, cuando Raquel se queda embarazada. Fue un embarazo normal. Tenía dolores de pelvis, pero nada importante, recuerda esta arquitecta técnica de 39 años. Un día, en una revisión rutinaria, el ginecólogo apreció un ligero déficit de crecimiento en el feto, y los futuros padres entendieron que quizá fuera necesario interrumpir el embarazo, cuando en realidad el médico hablaba de provocar el parto. El shock fue tan grande que a los futuros padres ni siquiera se les ocurrió solucionar el malentendido, y volvieron a casa abatidos. Unos días más tarde, el 11 de junio de 2012, regresaron a consulta, donde les aclararon que en ningún caso estaban hablando de aborto, pero a la hora de tomar la tensión a Raquel comprobaron que estaba anormalmente alta. Esa misma tarde, Raquel sufrió un derrame cerebral.

Si la madre recibe una mala noticia, la impresión puede modificar el grosor de las arterias. Esto incrementa el riesgo de ictus

A juicio de Gemma Guerra, enfermera de la Plataforma Española por el Daño Cerebral Adquirido, «una mala noticia es capaz de modificar el grosor de las arterias, incrementando el riesgo de un ictus». La misma explicación que los médicos dieron a Santiago cuando, nada más entrar en el hospital, le comunicaron que el estado de su mujer era de extrema gravedad. «El doctor me dijo que lo único que podría salvar la vida de Raquel era una intervención quirúrgica, -recuerda Santiago-. Así fue como nació Maya».

Raquel estuvo 20 días en cuidados intensivos, como su hija recién nacida, aunque esta, en la UCI de neonatos.

¿LA VIDA SIGUE IGUAL?

Por el momento es pronto para saber cómo asimilarán los hijos de Marifé, Raquel, Ágata y Nerea el día de mañana la discapacidad que el daño cerebral ha generado en sus madres como consecuencia de sus nacimientos. Pero, sea como fuere, algo en lo que coinciden todos maridos y mujeres es en la inutilidad de hablar de lo perdido. «Yo he optado por abrir un libro nuevo en mi vida», afirma Alberto, la pareja de Marifé.

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