En pleno juicio a los jerarcas nazis, el psiquiatra Leon Goldensohn recibió una misión: entrevistar a los acusados y analizar su salud mental. Durante siete meses se ganó su confianza y asistió a justificaciones aberrantes y declaraciones de inocencia. Un retrato psicológico de la barbarie. P.A.Vaccaro/ Fotos Cordon Press

Núremberg, el juicio que cambió la historia

«No entiendo qué me quiere decir cuando me pregunta si me siento molesto por las acusaciones -le dijo Rudolph Hëss al doctor Leon Goldensohn-. Yo no maté a nadie, sólo era el director del programa de Auschwitz.» Como él, ninguno sabía nada acerca del exterminio de los judíos. O si sabían, no participaron. Y si participaron, lo hicieron porque seguían órdenes de sus superiores. O sí daban las órdenes, pero ellos no exterminaron a nadie: fueron sus subordinados quienes lo hicieron. Unos no comulgaban con la política de Hitler, pero estaban bajo su ‘hechizo’. Otros casi ni lo conocían. Algunos se justificaban porque no eran personas importantes en el régimen y no podían hacer nada. Había quienes aducían que sí hicieron algo: salvaron a ciertos individuos judíos. Los hay que juraban que tenían buenos amigos judíos. Y todos se sentían diferentes a los demás juzgados.

«¿Cómo es posible matar a un bebé por considerarle un enemigo?» preguntó el psiquiatra «Debes ver al adulto que hay en él», le dijo el jerarca nazi

Estas incongruencias fueron recolectadas a lo largo de siete meses por el doctor Leon Goldensohn durante las entrevistas que mantuvo con los acusados de Núremberg. Una tarea que, en 1946, le encargó el Ejército de EE.UU., para el que trabajaba: cuando hacía seis semanas que los juicios a los jerarcas nazis que quedaban vivos habían comenzado, él debía unirse a un grupo de dos médicos para analizar la salud mental de los 21 prisioneros y determinar «qué llevó a los nazis a creer en lo que creían».

nuremberg Goring carcel

Herman Göring en su celda

Las preguntas de Goldensohn a los acusados versaron sobre la infancia de cada uno, su vida familiar y hasta sus episodios románticos. Un camino paciente y detallado trazado por este psicólogo que llevó hasta los jerarcas nazis, casi inadvertidamente, a su rol en el III Reich. Goldensohn los visitaba a diario en sus celdas, pero no para tratarlos, sino para observarlos. Las entrevistas no tenían garantía de confidencialidad profesional en el futuro, aunque lo que dijesen allí no se utilizaría en el juicio. El médico tomó notas de las conversaciones con la idea de publicar un libro, pero en 1961, a los 50 años, murió repentinamente y nunca llegó a editarlo. Fue su hermano quien seleccionó las anotaciones, guardadas durante medio siglo en la casa del psiquiatra en Nueva Jersey, y las entregó al escritor Robert Gellately. El resultado tardó diez años más en transformarse en un libro que describe el contexto psicológico del horror que produjo el III Reich.

«¿Cómo es que se mata a un niño judío de seis meses por considerarle un enemigo?», preguntó Goldensohn a Otto Ohlendorf, el teniente general de las SS, quien contestó: «Es necesario ver al adulto que hay en él».

El psiquiatra se encontraba en una situación peculiar: como estadounidense, no podía esperar la confianza de sus entrevistados, criminales en pleno proceso judicial. Pero él se las apañó para aparecer como un médico que les daba la oportunidad de hablar y de explicar lo que necesitasen. Con el tiempo, casi todos fueron accediendo, seducidos por la profesionalidad del médico y su aparente falta de hostilidad.

Proces de Nuremberg

Karl Dönitz: «Alemania debe comprender lo poco que sabíamos de los planes de Hitler y Himmler»

Las entrevistas estaban unidas por una creencia común: todos negaban cualquier conocimiento o responsabilidad en cualquier crimen de guerra. «Karl Dönitz, el comandante en jefe de la Marina alemana desde 1943, hace comentarios sobre su persona de un estilo evasivo -escribió Goldensohn-, no creo que tenga alguna noción de lo que sucede en el mundo. Es un hombre agudo, para nada tonto, pero su mente parece bloquear todo lo que se dice en el juicio sobre las atrocidades y matanza de millones de judíos. También rechaza los comentarios sobre la actitud barbárica de las SS y el modus operandi criminal del partido nazi. Se ve a sí mismo como inocente de cualquier crimen.» El discurso de Dönitz es muy similar al de los demás. Según la mayoría, la situación se resume del siguiente modo: Alemania había sido humillada y estaba económicamente devastada por el Tratado de Versalles, era una nación que luchaba por su existencia. Hitler, visto como un genio visionario, les ofreció esperanza y redención. Pero fue desviado de sus ‘nobles fines’ por hombres malvados como Martin Bormann, Heinrich Himmler y Josef Goebbels, todos ellos ausentes en el juicio. Fue por esa influencia, y en secreto, cómo se llevó a cabo la Solución Final.

Nuremberg Trials 1946 - Defendant Hess

Rudolf Hëss no era acusado en Núremberg sino un testigo que aportó datos sobre el funcionamiento de Auschwitz

Mientras discursos como éstos se sucedían, Goldensohn apuntaba y redactaba sus conclusiones, pero nada en los documentos revela si llegó a tener alguna teoría sobre la psiquis del nazismo. En algunos casos fueron los entrevistados quienes le confesaron sus propias conclusiones: «Hitler era un hombre anormal en sus necesidades sexuales -le comentó el abogado personal del Fürher, Hans Frank-. Necesitaba muy poco al sexo opuesto».

En cada una de las entrevistas las preguntas giran en torno al antisemitismo y a los campos de concentración. Y en todos los casos las respuestas son nuevas y variadas evasivas. Hermann Göring, el número dos de Hitler, le llegó a explicar que el antisemitismo fue «irrelevante y accidental» dentro del nazismo, algo «impuesto por unos fanáticos raciales que querían hacerse con el poder». Göring aceptó sentirse culpable por cualquier ‘exceso’ que se hubiera producido en el Gobierno, pero se negó a calificarlos de atrocidades.

«No tuve nada que ver con la matanza de judíos. Que yo estuviera a cargo de los campos de concentración no quiere decir nada», dijo Oswald Pohl

Para Julius Streicher, el editor de Der Sturmer, la publicación antisemita más virulenta de la Alemania nazi, los «excesos de los fanáticos no estuvieron bien. Pero tampoco es cuestión de transformar a los judíos en mártires». Streicher agregó que el número de muertos «no fue más que de 4,5 millones» [entonces se hablaba de cinco millones, pero décadas más tarde se acordó que la cifra real era de seis], y aprovechó para quejarse de que «debido al exterminio de estos judíos, el antisemitismo ha perdido terreno. Ha retrocedido mucho en ciertos países donde había hecho grandes progresos». Según Streicher, lo mejor hubiera sido crear un Estado judío en «Madagascar, Palestina o en cualquier parte». Otros, como Göring, se animan a hacer especulaciones: «Si Alemania hubiese luchado contra cada uno de los países y no con el grupo de aliados juntos, todos los que están hoy en Núremberg estarían diciendo ‘Heil Hitler’ y no serían tan críticos. Si Alemania hubiera ganado, Europa sería hoy una confederación de Estados bajo nuestro liderazgo».

streicher

Julius Streicher: «Si todos los judíos hubieran sido exterminados, no existirían estos juicios y el mundo sería mejor»

Como un maestro de la evasión, Oswald Pohl, quien manejaba el sistema de los campos de concentración, se esforzó por explicar cómo uno puede administrar un sistema sin ser responsable de lo que ocurría dentro de éste. «No tuve nada que ver con la matanza de los cinco millones de judíos -le dijo-. Que haya estado a cargo de los campos de concentración en Alemania desde 1942 no tiene nada que ver.» Más allá de lo que sus entrevistados ocultaron, Goldensohn usó su mejor herramienta profesional: la observación. Y logró delinear sus perfiles, capturar sus tics más íntimos y recrear la forma en que se afectaban ante sus preguntas. «Streicher es un hombre calvo, bajo, con una nariz rotunda… sonríe constantemente, con una sonrisa entre la farsa y la discreción mientras sus finos labios se retuercen. Es la caricatura de un hombre que quiere aparentar sabiduría.» Otros no necesitaron mucho trabajo de observación para que apareciera su personalidad. «Nadie conoce al verdadero Göring. Posee muchas facetas», dijo el propio Göring de sí mismo poco antes de envenenarse tras conocer su sentencia de muerte. Sin embargo, no cabe duda que todos ellos se retrataron bajo la atenta mirada del doctor Goldensohn.

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