Fue escrito hace cinco siglos. Pero ni los más avanzados lingüistas ni las grandes mentes de la criptografía han podido descifrar el Códice Voynich. ¿Por qué ni siquiera hoy, con la ayuda de la inteligencia artificial, podemos leer una sola palabra de este misterioso manuscrito? Se lo contamos. Por Carlos Manuel Sánchez 

 Qué sabemos del manuscrito Voynich 

Cuando el escritor Umberto Eco visitó la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale, solo quiso ver un códice medieval cuya signatura es ‘Beinecke MS 408’.

El bibliotecario no tuvo que buscar en qué anaquel estaba el MS 408, más conocido como ‘el manuscrito Voynich‘. Los medievalistas lo consideran el libro más misterioso del mundo y miles de personas se acercan a New Haven (Connecticut) a verlo con sus propios ojos, como Umberto Eco, que lo abrió, examinó sus dibujos de especies vegetales que ningún botánico es capaz de identificar, planos del cosmos que ningún astrónomo sabe a qué galaxia pertenecen y mujeres desnudas que se bañan en extraños manantiales conectados por tuberías, y con las mismas lo cerró sin haber podido leer una sola palabra.

Se cumplen 50 años desde que el manuscrito Voynich, un incunable de principios del siglo XV, fue donado a la biblioteca de Yale. Y la humanidad sigue sin saber lo que dice. Se pensaba que la confluencia de las últimas tecnologías y la potencia en computación resolverían el enigma. Pecábamos de ingenuidad o de soberbia.

¿Y la inteligencia artificial? De momento, tampoco ha servido. El experimento más ambicioso ha sido el de Greg Kondrak, profesor de Ciencia Computacional de la Universidad de Alberta (Canadá), que ha elaborado un método para encontrar el idioma original en textos cifrados. Para ello utiliza varias clases de algoritmos, basados en la frecuencia con la que aparecen los caracteres… Su método sí que funciona con cifrados típicos de sustitución (que cambian unas letras por otras), pero cuando lo aplica al Voynich se encuentra con dificultades añadidas. Por ejemplo, Kondrak piensa que en el Voynich también hay anagramas, es decir, una segunda clave que volvería a ‘barajar’ cada letra dentro de cada palabra.

El texto completo suma unas 35.000 palabras, sin signos de puntuación. Hasta los dibujos de plantas son misteriosos. solo dos de 113 son reconocibles

No obstante, la inteligencia artificial que empleó se basa en modelos estadísticos. Cuando una nueva generación de computadoras combine su fuerza bruta con redes neuronales y aprendizaje profundo, es probable que se avance más. De momento, a las máquinas actuales les cuesta incluso captar las muchas ambigüedades del lenguaje humano… aunque no esté cifrado.

LA OSCURA BELLEZA DEL MANUSCRITO

Con el Voynich no hay manera. Cada pocos meses aparece una nueva teoría que cosecha unos cuantos titulares hasta que es refutada. La última, en mayo, fue de un investigador inglés de la Universidad de Bristol que dijo haber descubierto en el códice una lengua precursora del romance. La propia universidad se desmarcó en cuanto los expertos señalaron las vaguedades del estudio. Fue un nuevo chasco.

¿Por qué un manuscrito del siglo XV sigue siendo impenetrable para la tecnología y los conocimientos del siglo XXI? Esa es la gran pregunta -señala la paleógrafa Lisa Fagin Davis, directora de la Academia Medieval de América, con sede en Cambridge-. «Se barajan tres opciones -explica Davis-. La primera es que se trate de un galimatías. Hay expertos que creen que el manuscrito no tiene ningún sentido, que es una broma o un engaño. Pero los últimos estudios lingüísticos apuntan a que de verdad representa un lenguaje natural humano (opuesto a una lengua artificial o inventada, como el klingon de Star Trek o el élfico de los libros de Tolkien)». Y Davis recuerda que Marcelo Montemurro y Damián Zanette analizaron la frecuencia de las palabras en el manuscrito y la compararon con textos en otros idiomas. Conclusión. el ‘voychinés’ tendría unas 800 palabras principales, que además cumplen la ley de Zipf, que establece que en todas las lenguas humanas la palabra más frecuente en un texto extenso aparece el doble de veces que la segunda más frecuente, el triple que la tercera… Por tanto, no es fruto del azar ni del capricho.

La segunda opción es que se trate de un lenguaje escrito que ha sido cifrado. Nick Pelling, un programador británico experto en criptografía, expone: «La oscura belleza del manuscrito Voynich reside en que, al principio, parece fácil de desentrañar, pero conforme vas profundizando en él ves que las letras se organizan en extraños patrones de manera diferente a los modelos que encontramos en los lenguajes normales. En realidad, es como si sus letras tuvieran preferencias sobre dónde ‘quieren’ aparecer: al principio, en mitad o al final de palabras, líneas o páginas… Y el optimismo inicial da paso a la frustración y a la derrota».

Su dificultad puede ser por la combinación de tres factores: un idioma desconocido, una clave criptográfica y un sistema de abreviaturas que se ‘come’ letras

Pelling opina que William y Elizebeth Friedman, el matrimonio de criptógrafos que participó en la fundación de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) estadounidense y que dedicó sus vidas a ‘reventar’ el supuesto código, llegó a una conclusión que era correcta. «No es un lenguaje simple. Esto es, aunque consigas obtener el alfabeto y saber qué palabras pone, no vas a poder leerlo. Esta es la gran dificultad que se encuentran los modernos y autoproclamados ‘genios’ que dicen que lo han descifrado. Lo típico es que sus sistemas de traducción funcionen con un puñado de palabras (diez a lo sumo). Sin embargo, cualquier intento de aplicarlo a mayor escala para descifrar un párrafo, una página o ni, mucho menos, el libro completo fracasa miserablemente». Pelling piensa que esto es así porque el Voynich combina al menos tres capas de seguridad, a saber: un idioma desconocido, una clave criptográfica y, además, un sistema de abreviaturas o taquigrafía que se ‘come’ letras y acorta palabras.

¿Y SI NO ESTÁ CODIFICADO?

«Que no se haya descifrado hasta la fecha no quiere decir que sea imposible. Pero después de tantos fracasos se debería considerar una tercera opción», apunta Lisa Fagin Davis, la medievalista. Y es una opción sorprendente. ¡El manuscrito no estaría codificado!

Davis explica esta teoría: «El Voynich sería la transcripción fonética de un lenguaje hablado (y perdido) que no tenía alfabeto. Esto es parecido a la manera en que los lingüistas transcriben lenguajes que nunca fueron escritos por sus hablantes, como los de las tribus indias nativas de América. Si es verdad esto, el Voynich no contendría necesariamente un conocimiento secreto. Podría ser una manera de registrar unos saberes que antes se habían transmitido de manera oral».

Otra opción es que sea la transcripción fonética de un lenguaje hablado que no tenía alfabeto. No sería la primera vez que ocurre; ya pasó con un escrito en albanés

Quizá se trate de un dialecto o una jerga privada, puede que de un gremio de artesanos, y de la que solo ha sobrevivido por escrito este manuscrito. No sería la primera vez que algo parecido sucede. Se han encontrado palimpsestos -manuscritos en los que se ha borrado el texto primitivo para volver a escribir sobre él- en el monasterio de Santa Catalina del monte Sinaí, en los que se ha podido recuperar el texto borrado. Y resultó estar escrito en albanés del Cáucaso, una lengua difunta de la que solo se conservan por escrito unas pocas frases inscritas en piedra.

«Esta tercera opción, la de la transcripción fonética de un dialecto perdido, es la que está ganando fuerza -concluye Davis-, pero no estaremos seguros hasta que alguien publique una traducción que cumpla una serie de criterios científicos: rigurosa desde el punto de vista lingüístico, coherente con lo que sabemos sobre la historia y las ilustraciones del manuscrito y reproducible por otros investigadores. De momento, nadie ha conseguido cumplir estos criterios».

EL HOMBRE QUE LE DA NOMBRE

El Códice Voynich, el misterio que ni los superordenadores resuelven 1

Wilfrid Voynich fue un bibliófilo y coleccionista polaco. Regentaba una librería con su mujer. En 1912 compró varios libros de saldo en un monasterio jesuita de Italia; entre ellos, el famoso manuscrito al que dio nombre. Emigró a Estados Unidos con él. A su muerte, lo heredó su viuda, que, a su vez, lo entregó a una empleada de la librería, Anne Nill. Esta lo vendió a un marchante, Hans Kraus, que no pudo encontrar comprador y lo legó en 1969 a la Universidad de Yale, donde se conserva desde entonces.

PARA SABER MÁS

El manuscrito Voynich se puede consultar y descargar en la página de la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale, donde también hay un recopilatorio de estudios sobre el texto.

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