El sándwich mixto no existe. Muchas veces el queso no es queso, el jamón nunca es de York, y el pan integral tampoco. Dos nutricionistas han convertido en viral su análisis de los alimentosPor Carlos Manuel Sánchez 

Una loncha de jamón york y otra de queso encajadas entre dos rebanadas de pan. Y si nos ponemos sibaritas, a la plancha. Un tentempié de lo más socorrido. Pero, ojo, el jamón que se vende en España nunca es de York, el queso jamás se fundiría tan apetitosamente si fuera solo queso. Y el pan, que lo hemos comprado integral por aquello de que es más sano, solo tiene de integral el colorcillo marrón.

Un truco es añadir en la etiqueta ‘100% pavo’. Y es cierto, toda la carne que contiene es pavo, pero ¿solo lleva carne?

En resumen, el sándwich mixto no existe. Es una entelequia, una de tantas invenciones promovidas por la industria alimentaria para hacernos tragar la comida que fabrica y, de paso, que la paguemos a precio de manjar. Esta es la conclusión (en modo irónico) de las dos boticarias más influyentes de las redes, Marián García y Gemma del Caño, doctoras en Farmacia y expertas en nutrición.

Su charla Sándwich mixto en tres actos, que tuvo lugar en el último evento de divulgación científica organizado por Naukas en Bilbao, se ha convertido en viral. Les hemos pedimos que la amplíen con otros alimentos que no son lo que parecen.

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Es cierto que ya hay aplicaciones en el móvil para escanear las etiquetas de los alimentos y ver su composición. Pero si no sabemos interpretarlas por nosotros mismos, la tecnología poco nos va a ayudar. Bien, hay una parte del etiquetado que es voluntaria. Es la información adicional que pone el fabricante. Suele jugar al despiste.

Hay muchas triquiñuelas. ‘Con sabor a’ significa que una leche con sabor a vainilla no tiene nada de vainilla, excepto aroma de vainillina; o que un yogur con sabor a pera no tiene ni un 1 por ciento de esa fruta. O bautizar una galleta como ‘devoragrasas’, como si la galleta tuviera un efecto adelgazante, cuando en realidad ingieres 18 gramos de grasas por cada 100 gramos de galleta. Otro truco es el del porcentaje. ‘100% carne de pavo’, por ejemplo, quiere decir que toda la carne que contiene el producto es de pavo, pero no que todo el producto sea carne.

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Marián García [@boticariagarcia] y Gemma del Caño [@farmagemma] son doctoras en Farmacia y expertas en seguridad alimentaria. Sus dotes como divulgadoras han logrado dinamizar un necesario debate sobre nutrición

Vayamos ahora a la parte del etiquetado obligatoria. No hay que fijarse solo en los ingredientes, también en el orden en el que aparecen. La ley obliga a que el más abundante sea el primero, y así en orden descendente. Un pan de espelta que tiene ese ingrediente en último lugar no hace honor a su nombre. Otra pista: mejor menos ingredientes (y aditivos); si hay una lista muy larga, lo más probable es que sea un alimento ultraprocesado y poco saludable. Se puede disfrazar el azúcar utilizando algunos de sus ‘parientes’: dextrosa, sacarosa, maltodextrina, jarabe de maíz, fructosa… Todos con calorías a tutiplén. No se obsesione con las grasas totales y fíjese en las saturadas (aparecen debajo). No se recomienda tomar más de 7 gramos al día. La sal aparece al final de la tabla y el producto no debería llevar más 1,25 gramos por cada 100.

REGLA NÚMERO 1

Light‘ no equivale a saludable. Solo significa que el producto tiene un 30 por ciento menos de grasa, azúcar u otros ingredientes frente a un producto de referencia. Que un queso, una mayonesa o unas galletas sean light no significa que sean sanos.

REGLA NÚMERO 2

No se deje llevar por la obsesión vitamínica. La industria pone en grande. «Contribuimos al buen funcionamiento del sistema inmunitario». Este tipo de reclamos generan en la mente del consumidor la creencia de que necesita un aporte de vitaminas cuando en realidad no es así. Si al producto le han puesto vitamina D, leeremos en el envase que ayuda al funcionamiento del sistema óseo. Eso no quiere decir que lo mejore. Pero nos crea una falsa necesidad. En el paquete de unos cereales muy azucarados se destacará que lleva vitaminas para desviar la atención. Pasa también con bollería industrial a la que se beatifica poniendo que es rica en hierro. El 99 por ciento de la población no necesita un suplemento de hierro. Y, de todos modos, un puñado de lentejas tiene más hierro que un bollo.

REGLA NÚMERO 3

¿Sin azúcar añadido? Desconfíe de ese reclamo. Estos productos a veces llevan almidón, que en la práctica equivale al azúcar refinado. Y tampoco se deje engatusar por los que presumen de que llevan un ingrediente saludable. Por ejemplo, ‘con aceite de oliva’. Lo ponen en grande en el envase. Pero en la etiqueta vemos que tiene muy poco aceite de oliva y, además, lleva otros aceites.

REGLA NÚMERO 4

Tu abuela no te lo ha cocinado. La industria abusa de los adjetivos ‘natural’, ‘artesano’, ‘tradicional’, ‘casero’… La ley no se lo impide, pero no hay abuelitas en las fábricas. Ni maestros artesanos ni hornos de leña… Son productos industriales. Punto. La excepción son aquellos certificados con un sello de especialidad tradicional garantizada. El término ‘natural’ solo debería atribuirse al agua mineral de manantial, el yogur natural, los aromas naturales y las conservas al natural.

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