La apnea, suspensión voluntaria de la respiración bajo el agua mientras se recorre una larga distancia o se baja a gran profundidad, es un magnífico método de entrenamiento

El cuerpo reacciona a la inmersión disminuyendo los latidos del corazón y bajando el consumo de oxígeno; además, acude menos sangre a la periferia del cuerpo -brazos y piernas- porque se dirige sobre todo al corazón y el cerebro. Pero no solamente tiene beneficios físicos, sus practicantes hacen hincapié en la gran mejora mental que proporciona.

Así reacciona el cuerpo al sumergirnos

  • Nada más zambullirnos, el cuerpo comienza a reaccionar para consumir menos oxígeno. Disminuyen los latidos cardiacos; los vasos sanguíneos periféricos se estrechan; la sangre fluye hacia los pulmones, el corazón y el cerebro.
  • 10 metros: la presión comprime los pulmones y actúa sobre el tímpano: es necesario hacer maniobras de compensación de los oídos.
  • 50 metros: se siente la presión del agua en el tórax, pero el flujo de sangre a los pulmones lo compensa y permite seguir bajando.
  • 60 metros: comienza el ‘hambre de aire’. Son contracciones del diafragma que el buceador debe controlar.
  • 90 metros: los músculos producen ácido láctico (responsable de la sensación de cansancio).
  • 129 metros: récord en la modalidad ‘peso constante con aletas’. Aumenta el riesgo de sufrir lesiones por el cambio de presión.

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