A la ciudad fronteriza más transitada del planeta le faltaban pocos récords (dramáticos) por batir. Ahora, la batalla entre los cárteles por el control del tráfico de heroína y metanfetamina se libra barrio a barrio, esquina a esquina. Tijuana, un lugar donde la vida apenas cuesta dos euros, el precio de una dosis.  Por David López/ Fotografías Nuria López Torres

Tijuana, zona de guerra

«Hola, niño hermoso. Sé que cuando tengas cierta edad vendrás a buscarme, como yo busqué al asesino de mi padre».

Martín Otero aún no ha cumplido los 30. Viste pantalones vaqueros, un polo del Manchester United y lleva un corte de pelo cuartelero. En una libreta de colegial traza el borrador de una carta. «Quiero pedirte perdón por haberte quitado a un ser tan querido de una forma tan cobarde». Martín es uno de los 150 internos de Una Nueva Visión, uno de los más de 200 centros de Tijuana para tratar las adicciones. Sentado en su litera, me extiende el cuaderno y me pide que lo lea.

Termino y miro en silencio a Martín; me devuelve la mirada e inicia una inesperada confesión. Siendo un niño en el estado de Sinaloa, un tío suyo mató a su padre de una cuchillada. Culpó a su madre por lo sucedido mientras su sed de venganza le crecía por dentro con cada centímetro de altura que ganaba. Entró a un cartel a los 17 años, de sicario. No tardó en matar a un hombre: una pistola en su mano, dos disparos en el pecho, el hijo de la víctima frente a él. A los 21 entró en prisión, 6 años de condena y, al salir, allí estaban de nuevo, guardándole el puesto. Les dijo que no quería más y lo respetaron. Más difícil fue salir de la metanfetamina, alias ‘cristal’, alias la ‘meta’; borrar de su cabeza la mirada de aquel niño ante el padre muerto. Pero lo consiguió, se impuso cambiar, empezar de cero; enfrentarse de una vez a los fantasmas.

Retratar Tijuana con una imagen no es fácil. Pero la carta de Martín Otero es cien veces más elocuente que cualquier libro de historia que hable de esta ciudad, la frontera más transitada del planeta, y de México. Martín es uno de esos chicos adictos en una ciudad que rebosa metanfetamina desde la década anterior, cuando la Policía desmanteló los laboratorios clandestinos de California y los cárteles trasladaron la producción a su país. Hoy, la oferta es mareante; la dosis mínima se vende a 50 pesos: 2,3 euros… Y ya no se enganchan solo los más pobres, también los jóvenes de clase media y alta. Alimentan así un negocio que ha convertido Tijuana en la ciudad más violenta del mundo. En 2018 hubo aquí 2500 homicidios, récord histórico; la mayoría, relacionados con el negocio de la droga. Muertos como los Martín Otero.

‘Camellos’ muertos

La guerra abierta entre los cárteles en el estado de Baja California -con las calles de Tijuana como principal escenario- se cobra sobre todo vidas adolescentes. En el conflicto anterior, una década atrás, se mataba y moría por el control del estado, zona de paso de la droga hacia Estados Unidos. Hoy, los muertos son ‘halcones’ (‘camellos’) de heroína y cristal que distribuyen, y caen, en las esquinas. «Es una guerra entre tres cárteles -explica Mario Martínez, director de la Policía Municipal-: Sinaloa, Jalisco y Tijuana. Se disputan el control del narcomenudeo».

Los pistoleros asesinan por cinco dosis de cristal; son chavales a los que les dan una pistola y una orden: «Llama a esa puerta y al que se asome lo matas»

La mitad de los cuerpos que aparecen ni siquiera son reclamados y acaban en fosas comunes. «Es la escala más baja de esas organizaciones. Gente que ni siquiera sabe por quién mata ni por quién muere», ilustra José María González, subprocurador de investigaciones especiales. Pistoleros que asesinan por cinco dosis de cristal (doce euros), hombres la mayoría; chavales más bien a los que se entrega una pistola de nueve milímetros y una orden: «Llama a esa puerta y a quien se asome lo matas».

La Zona Norte es el barrio más famoso de la ciudad. Una fama trágica. Es la ‘zona de tolerancia’, eufemismo bajo el que se tolera la prostitución y la droga. Decenas de migrantes recién llegados desde el sur o deportados desde el norte deambulan entre ‘halcones’ y prostitutas.

Abierto 24 horas

Los heroinómanos y los adictos al cristal son la escala más baja en este particular entramado social. Y cada vez son más. Los hombres de clase media y alta, enganchados a la ‘meta’ para enfocarse y rendir más en el trabajo, no son los únicos que se han sumado en estos años. La edad de consumo se desploma cada vez más y aumenta, además, la clientela femenina.

Un grupo de mujeres forma un corro en el centro de rehabilitación Casa Corazón. Es viernes por la mañana y van soltando certeras estampas que definen la realidad de la que proceden. «Es un negocio siempre activo, a cualquier hora», dice una. «Ahora se lleva en bicicleta. Sirven a domicilio para grandes cantidades», añade otra. «Los taxis y los Uber también hacen reparto»…

Tijuana es, de algún modo, el termómetro de México. El país entero necesita tratamiento. Los informes de la Comisión Nacional Contra las Adicciones en México, referidos a los últimos
6 años, revelan incrementos del 47 por ciento en el consumo de drogas entre la población de 12 a 65 años de edad. Entre los adolescentes, el alza llega al 125 por ciento y entre las mujeres… más todavía: un 222 por ciento.

Es sábado, mediodía y las calles de la Zona Norte bullen de vida. De pronto, el sonido seco de varias detonaciones atraviesa la mañana. A dos calles han tiroteado a un hombre al salir de su coche, por la espalda, en una calle abarrotada por un mercadillo. Al rato, la ambulancia lo traslada al hospital y la vida continúa en este lugar donde hallar en las aceras pedazos de cuerpos: brazos, cabezas, manos, pies… no sorprende a nadie.

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