Nació en Estados Unidos, pero es veneciana. Ha vivido allí casi 30 años y allí están ambientadas sus 28 novelas protagonizadas por el comisario Brunetti. Pero ha huido de la ciudad. Donna Leon nos explica cómo es la vida cotidiana en esa maravilla visitada por 30 millones de turistas al año y por qué -igual que muchos venecianos-ha tenido que marcharse. Por Fátima Uribarri/ Fotografía: Jens Gyamati y Getty Images

Los venecianos no aguantan más el exceso de turistas

Tiemblan los cristales de las ventanas, el aire se inunda de emanaciones de azufre, retumban también los pilares de madera de edificios centenarios… y se desbordan las papeleras, se saturan callejones, canales y puentes. Eso es Venecia ahora.

Las islas y terrenos pantanosos donde se refugiaron quienes huían de Atila se transformaron en la república que regentaron los dogos. La Serenissima fue muy poderosa, sucumbió ante Napoleón, cayó frente a las tropas del general Eisenhower y ahora la toman los turistas: 30 millones de ellos al año.

Mientras los visitantes aumentan sin cesar, la población disminuye. Ya solo quedan 54.000 venecianos. Muchos se han marchado. Donna Leon, la escritora estadounidense que se ‘nacionalizó’ veneciana -se mudó allí en 1981 y ha ambientado en Venecia las 28 novelas protagonizadas por el comisario Guido Brunetti-, es uno de los que han huido. No tuvo más remedio que irse, explica. «Me mudé a Suiza por los turistas: hay demasiados. Vuelvo cada mes y paso unos días allí. Pero nunca en verano: está demasiado masificado. Es insoportable», dice.

«Las ventanas tiemblan cuando pasan los cruceros, y ¡quieren que creamos que no dañan edificios que se asientan sobre plataformas de madera!»

La masa de visitantes tiene sus efectos. Desbarata el tejido comercial, por ejemplo. «Si buscas una tienda para comprar unos botones, una aguja de coser o ropa interior, no la encuentras. Han desaparecido porque no puedes vender mucho solo a 54.000 personas. Mientras que, si vendes pizza, tienes una clientela de 30 millones. Es mejor vender pizzas, o helado, o pasta en una caja de plástico. Es el capitalismo. Los dueños de los comercios quieren ganar dinero. Es comprensible», comenta Donna Leon.

Donna Leon: "Lo de Venecia es grotesco" 3

Demasiada gente para los 414 km2 de Venecia. Además, algunos turistas se bañan en el canal, hacen pícnic en lugares protegidos… Aquí, aglomeración en el puente Rialto.

Muchas tiendas pequeñas que vendían comida han desaparecido. «Donde yo vivía, muchas muchas muchas de esas tiendas han cerrado. Y han sido reemplazadas por otras para los turistas que venden máscaras y souvenirs; y también hay más sitios de comida rápida», cuenta.

«Solo compran pisos los extranjeros ricos: pasan en Venecia dos o tres semanas y el resto del año la casa está vacía»

¿Los turistas ensucian mucho? «Al contrario. Hay muchos tours y consumen mucha coca-cola, latas, vasos de plástico… Todo son cosas para llevar porque evitan sentarse a comer en un restaurante. Se compran un panino y se lo comen en la calle. Pero, si hay una papelera, la usan. Y, cuando está llena, dejan su basura junto a ella. Pero dan problemas a los venecianos porque por ellos hacen falta más basureros y el servicio de limpieza de la ciudad lo pagan los venecianos. Como dejan mucha mucha basura, los venecianos tienen que pagar un 20 por ciento más por ese servicio y la factura ya es de 400 euros al año. Es mucho dinero», relata la escritora.

Peor que en Barcelona

«Los números son grotescos. Piense en Barcelona… se está destruyendo la sostenibilidad. Pero ¿Barcelona cuántos habitantes tiene? ¿Dos o tres millones? Y solo ocho millones de turistas. Aunque es mucho, está bastante lejos de los 54.000 habitantes y 30 millones de turistas de Venecia. Es completamente grotesco», añade.

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El artista Banksy ha creado el montaje Venecia en petróleo y lo instaló en una calle veneciana para protestar por la masificación turística.

Hay más factores que determinan la vida cotidiana de los venecianos. El principal, el agua, claro. Lo que la singulariza y entroniza también la entorpece. El agua ha estado ahí siempre. Y el cómo lidiar con ella ha protagonizado trifulcas históricas. Los gondoleros y muchos venecianos se encolerizaron cuando llegaron los vaporettos: de vapor, en 1881, a motor, en 1935. Lo contó Paul Morand en su libro Venecias, donde se dice -y es muy chocante- que los vaporettos ayudaron a paliar el mal olor porque «el agua batida por las hélices recupera oxígeno y no despide hidrógeno sulfuroso».

Eso escribió Paul Morand en 1971. Ahora sus aguas soportan las hélices de los cruceros, unos colosos que preocupan y atemorizan a los venecianos. Llevan años alertando sobre ellos: en 2017 incluso hubo una votación ciudadana para rechazarlos. El reciente accidente del crucero MSC Opera, que embistió a una embarcación con 110 personas a bordo, lanzó a miles de venecianos a protestar convocados por el Comité No Grandes Naves.

«Los políticos venecianos dicen que van a limitar el turismo, pero no es verdad. Hacen el juego de los trileros»

¿Hay que prohibir los cruceros? «Absolutamente -responde Donna Leon-. Pero no porque traigan miles de turistas, sino porque son peligrosos. Es como lo del Titanic. Decían que ni Dios lo podría hundir. Nos dicen que los cruceros no pueden accidentarse. Es una de las mentiras de los políticos. Ha pasado. Y va a volver a pasar. Uno de estos barcos va a tirar un edificio o va a matar a alguien», afirma indignada. Y Donna Leon recuerda otro accidente, el del crucero MSC Preziosa, que en abril de 2014 chocó contra unos fingers en las maniobras de atraque.

Otros problemas graves en Venecia son las inundaciones y la corrupción. El tránsito de grandes barcos frente a San Marcos ha estado cerrado durante meses por acondicionamiento del Proyecto Moisés. El nombre deriva de las siglas MOSE (módulo experimental electromagnético) y consiste en 78 compuertas basculantes para cerrar los tres grandes pasos del agua que unen la laguna de Venecia con el Adriático.

El proyecto no se ha terminado. Pero en doce años se ha llevado por delante 6,2 billones de euros (cinco veces lo presupuestado) y ha provocado la detención policial de (hasta ahora) 33 políticos por corrupción; entre ellos, el alcalde Giorgio Orsoni.

Un temblor peligroso

Pero lo que provoca la mayor desesperación entre los venecianos son los cruceros. El paso de estos gigantes se deja sentir. «Una amiga mía vivía frente al canal de la Giudecca y, cuando pasaban los barcos, los vasos temblaban en su casa. Cuando ponías la mano en el cristal de la ventana, sentías como también temblaba. E insisten en decirnos que estos enormes barcos de doce pisos y toneladas de peso no dañan los canales. Las ventanas tiemblan y ¡quieren hacer creer a la gente que no dañan edificios que se asientan sobre plataformas de madera! No puedo creerlo».

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Mueven los sedimentos del fondo de la laguna y utilizan un fueloil muy contaminante. Los venecianos llevan años intentando que dejen de llegar a Venecia.

«Además, estos barcos queman un fueloil que suelta miles de veces más azufre que la gasolina. Los cruceros no apagan el motor en el muelle porque necesitan suministrarse electricidad. Cuando hay siete cruceros en el puerto, es como tener cien mil coches apelotonados con el motor encendido 24 horas al día», dice.

La exasperan los políticos de Venecia. «Cada seis meses dicen [pone voz teatral]: ‘Vamos a frenar los cruceros’, ‘vamos a hacer que los turistas paguen’, ‘vamos a limitar’… Todo son mentiras». Lo expresa con rotundidad.

¿Por qué está tan segura? «Pongo un ejemplo. La pasada Semana Santa pusieron unos tornos. Eso lo único que hace es ralentizar a los turistas. Otra cosa que hicieron fue señalar unos sitios por los que tenían que acceder a la ciudad. Así que, en vez de gastar 25 minutos andando hasta San Marcos, necesitan 35 minutos. Porque nadie va a desistir de ir a San Marcos. No quieren limitar el turismo. Si quisieran, podrían».

¿Cómo? «Dejarían de dar licencias a Airbnb y controlarían los apartamentos ilegales que se alquilan. Pueden hacerlo. En una semana [y Donna chasca los dedos: es muy expresiva]. Pero no quieren pararlo. Esto es lo que a los extranjeros no les entra en la cabeza: que los políticos de la que quizá sea la ciudad más bonita del mundo prefieren no parar lo que está destruyendo la ciudad. ¿Sabe qué hacen los trileros? Ese es el juego que practican los políticos de Venecia todo el tiempo. Es terrible, pero es verdad».

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Cierran muchas tiendas y se encarecen la vivienda y la tasa de basuras. Y la mayoría de los turistas están solo un día y no comen en restaurantes. Se dejan poco dinero en la ciudad. Foto: Martin Parr (Magnum Photos/Contacto

Aducirán que el turismo da dinero. «Da algo. Pero no tanto, porque lo que compran los turistas es barato. La mayoría viene un solo día. ¿Cuánto te puedes gastar en un día si no vas a un restaurante? A lo mejor dejas 25 euros en la ciudad. No es mucho», dice Donna Leon.

¿Nadie quiere vivir allí? Cuando ella se fue a vivir a Venecia hace 38 años, la ciudad tenía más del doble de población. Cada año pierde unos mil habitantes. ¿Es que nadie quiere vivir allí? «Claro que sí. Es que no se puede. Cuando muere la gente mayor, sus herederos venden o alquilan la casa en Airbnb. Los precios de los pisos son tan indignantes, tan caros… Va gente a Venecia, la que puede pagar uno, dos, tres, cuatro millones por un piso. Son extranjeros ricos los que viven allí dos o tres semanas, y el resto del año la casa está vacía».

¿Se plantea volver a vivir en Venecia? «No volveré a ser tan feliz allí de nuevo. No me gustar ir caminando como por las Ramblas todo el tiempo o como en Oxford Street en vísperas de Navidad. La masificación es demoledora psicológicamente».

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