Del lado de los taxistas

Artículos de ocasión

La reciente huelga de taxistas en España sacó el lado más salvaje de sus profesionales. Curtidos en la calle, a veces aplican soluciones demasiado violentas a problemas de enorme sutileza. Elegir capitán de barco equivocado suele ser la promesa de una travesía fracasada. La receta es peligrosa, porque puede distanciarlos de quienes están predispuestos a entenderlos. La manera de expresar un mensaje es tan importante como el mensaje mismo. Incluso en el motín que protagonizaron en las calles de las grandes ciudades hay un aire de desespero que muchos quisimos comprender. Es la desesperación de ver cómo entre la indiferencia se hunde tu medio de vida. El problema es que en las guerras no se hacen amigos, como mucho rehenes, y así los ciudadanos terminaron por convertirse en carne de cañón, cuando deberían ser los destinatarios de todo su discurso razonable.

Se puede entender que los taxistas hayan perdido la paciencia y piensen que la resistencia radical es su última oportunidad. Antes que ellos, han visto resquebrajarse muchos gremios consolidados, así que presuponen que la guillotina está a punto de caer sobre su cuello. La guillotina es amable, en nuestros días estas cosas se hacen con mucha educación, no con ribetes sangrientos. Son guillotinas colaborativas, tú pones el cuello y los otros, la cuchilla. Lo más triste de las jornadas de caos e impotencia, con grandes avenidas de Madrid, Valencia y Barcelona convertidas en campos de resistencia, fue escuchar los razonamientos de liberales de manual, con su doctrina aprendida de memoria. Para ellos, el modelo de negocio del taxista es caduco y molan más los chóferes de traje, que te ofrecen agua en un coche más lujoso. Ojalá fuera todo tan fácil. Basta curiosear en las ciudades donde el transporte de pasajeros ha quedado en un monopolio de manos privadas para entender el daño a posteriori. Incluso Nueva York ha decidido suspender la entrega de más licencias ajenas al taxi y exige que las condiciones laborales de esos conductores tan amables de traje no sean la precariedad absoluta y sin garantías que es ahora.

La realidad no es tan sencilla como creen quienes afirman que un mercado liberalizado es una ventaja para el usuario. Lo es en un primer instante, pero después el usuario pasa a ser un rehén del nuevo amo. El taxi es un servicio público que se somete a un reglamento. La propuesta liberalizadora no tiene en cuenta las experiencias anteriores. El mercado sin regulación termina por ser propiedad del más fuerte, que impone sus leyes y precios de acuerdo con un único principio: su beneficio. El reglamento actual persigue que la política sostenga unas condiciones de uso razonables, con tarifas y presencia que satisfagan las necesidades ciudadanas no tan sólo de quien puede pagar lo que le pidan, sino también de aquel para el que el taxi es un esfuerzo ocasional que escapa de su presupuesto cotidiano. Al final, esa es la diferencia de los servicios públicos frente al mercado liberalizado. Todo el mundo sabe que no es lo mismo una farmacia que un gimnasio. Los dos están relacionados con tu salud, pero el acceso a la primera es imprescindible para la supervivencia de la población y por eso se somete a una regulación de horarios, condiciones, implantación y competencia que los negocios de gimnasios no padecen.

Cuando hablamos de preservar la sanidad y la educación públicas no ignoramos que hay teóricos esforzados que trabajan cada línea de su discurso para seguir propulsando la privatización y las ganancias de los grandes grupos privados. La desigualdad es el veneno que devora la democracia mientras la ingeniería moral transforma a la sociedad en una comunidad de caníbales, donde la única norma que guía el comportamiento comercial consiste en que los unos se coman a los otros. La ecología solo sabemos aplicarla al reino animal. Allí comprendemos que hay especies en vías de extinción, especies invasivas, especies protegidas y especies de rápida evolución. Qué bueno sería si en algún momento llegáramos a aplicar las reglas de ecología para el reino de los humanos. Quizá entonces los taxistas no tendrían que tomar la calle a las bravas, sino sentir que su lucha es también la lucha de todos los ciudadanos, y por ello en lugar del desplante y la jornada de caos, buscaran el hermanamiento y la resistencia colectiva. Pero ese día aún no ha llegado, así que nos esperan soluciones violentas a problemas sutiles. Un error clásico.

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