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PEQUEÑAS INFAMIAS

Siempre nos quedará Melania

Carmen Posadas

Lunes, 17 de Septiembre 2018

Tiempo de lectura: 3 min

Mientras Paul Manafort, antiguo jefe de campaña de Trump, era declarado culpable de cinco cargos por fraude fiscal; mientras Michael Cohen, su abogado, se autoinculpaba de haber pagado con dinero de la campaña electoral sobornos a dos amantes de su jefe para taparles la boca; y mientras todos los periódicos del mundo se hacían eco de las razones por las que ninguna de estas circunstancias tumbarían al más rocambolesco y peligroso de todos los inquilinos que ha tenido la Casa Blanca, The New York Times publicaba un artículo de Frank Bruni con tintes en apariencia mucho más frívolos y chuscos. Después de explicar que, a pesar de todos los pesares, casi un 90 por ciento de los votantes republicanos siguen respaldando al presidente y que apenas un 4 por ciento de ellos piensa que las conductas de Manafort y Cohen revelan el patrón de comportamiento de su antiguo jefe, Bruni volvía sus ojos hacia la otra inquilina de la Casa Blanca para decir algo así como: «Siempre nos quedará Melania». Su tesis es que mientras otras primeras damas añadieron glamur a la presidencia, como Jackie Kennedy, o se empeñaron en promover la educación, como Laura Bush, o abogaron por la causa femenina, como Michelle Obama, Melania tiene al alcance de la mano una misión mucho más importante, librar al mundo de una pesadilla: su marido. ¿Cómo? Para Frank Bruni ya ha empezado su larga marcha hasta la consumación de esta gesta de una manera muy ladina, que tuvo su primera manifestación cuando Trump aún no había sido elegido presidente. Rebobinemos hasta el día en que se hicieron públicas ciertas grabaciones en las que su simpar esposo confesaba a un amigo que a las mujeres les encantaba que «las agarraran por el coño». Lo que dicho en inglés viene a ser grab them by the pussy. Aquella misma noche, para asistir al debate electoral televisado urbi et orbi que Trump debía mantener con Hillary Clinton, y con el mundo entero pendiente de su reacción, Melania eligió ponerse un espectacular conjunto rosa de Gucci cuya blusa llevaba una lazada que se conoce como un pussy-bow. Un gesto que, unido a su impávida belleza de esfinge, venía a decir algo así como: «Sé lo que estáis pensando. No, no me chupo el dedo ni estoy de acuerdo con él y esta es la forma que he encontrado de hablar sin hablar». Posiblemente la elección de aquella lazada fuera solo una feliz casualidad. O tal vez no. Pero lo cierto es que ese día Melania Knavs, exmodelo y exinmigrante ilegal eslovena, inauguró un extraño y particular código morse. Una forma de hacer ver que no es una esposa sumisa abocada a un eterno trágala, sino una mujer bastante taimada que ha encontrado el único modo posible de reírse de su marido sin que él lo note, pero el resto del mundo sí. Desde entonces, como un hermoso cisne que se desliza sobre una ciénaga sin que sus mugrientas aguas se adhieran a sus blancas plumas, navega a su aire. Y habla sin hablar, como cuando elige para una ocasión muy señalada un vestido creación de un modisto declaradamente anti-Trump; o cuando hace unos días volvió a ponerse otro pussy-bow para advertir a los jóvenes de los peligros del bullying, cuando todos sabemos que el rey de los bullies duerme –si no en su cama, porque hace años que no la comparten– en su misma ala de la Casa Blanca. Gestos huecos, dirán ustedes, patéticas señales de humo de una náufraga atrapada en su propia isla o jaula dorada. Quizá, pero, en un mundo tan absurdo en el que personajes como Trump retuercen la realidad mientras su parroquia no solo no se alarma, sino que los jalea y eleva a los altares, la salvación solo puede venir de dentro, en este caso del círculo más íntimo del presidente. De un caballo de Troya que, como ella, no solo consigue reírse de su marido, sino que tiene la potestad de asentarle el más eficaz de los golpes. ¿Se imaginan que un día anuncie su divorcio y empiece a hablar de verdad? Según Frank Bruni, que conoce bien el sentir del americano medio, Trump, que se balancea peligrosamente ante el precipicio de sus muchas mentiras, solo necesita el suave y femenino empujoncito de ciertas uñas perfectamente manicuradas en color rosa Gucci para caer en el abismo de su propia incoherencia y megalomanía.

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