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MI HERMOSA LAVANDERÍA

Lágrimas en el parque de atracciones

Isabel Coixet

Martes, 18 de Septiembre 2018

Tiempo de lectura: 2 min

Ahí está. En una barcaza. En una chalupa. En un sampán. En un bote neumático. Con una sonrisa abierta. A veces, no exenta de sorna. Otras, cargada de ironía. En lugares remotos, de los que apenas sabe cómo pronunciar el nombre. En Tokio. En Singapur. En pueblos perdidos de México. En Donosti. En Roma. Buceando, explorando, bebiendo y, sobre todo, comiendo. Anthony Bourdain era un mal cocinero, para algunos, incluso para él mismo. Pero nadie discute que era el gourmet más carismático de la televisión. El hombre que hizo de sus debilidades, de sus vicios, de sus defectos, un espectáculo bello, atrayente, intenso y, por encima de todo, vivo. Cuando hace quince años apareció Kitchen confidential, confieso que compré el libro con un cierto desdén. Pensé que sería un libro entretenido, banal, jugoso: ideal para leer en un avión, entre cabezada y cabezada, y luego olvidar en el receptáculo de las revistas. Me equivoqué: el libro es de todo menos banal. Es un libro en el que aparece una voz única, apasionada, cultivada, poética. La voz de un hombre que ama con pasión la cocina y sus gentes. La comida, el disfrute, la vida. Anthony Bourdain emergió de ese libro como un antihéroe original y libre. Un hombre capaz de esnifar cocaína mientras cita a Montaigne, termina con todo el vodka de un establecimiento y se come dos sándwiches calientes de queso con mostaza. Lo que engancha de los libros y los programas que grabó durante su vida (No reservations y Parts unknown)es su genuina humildad, su enorme respeto por la comida y los que trabajan con ella, su insaciable apetito por conocer el mundo y algo que está en la trastienda de todo: su total desprecio por los imbéciles y sus imbecilidades. En uno de los episodios de Parts unknown, en la costa de una de las islas griegas, el guía lo conduce hasta una gruta para pescar pulpos: su cara de horror cuando descubre que lo que acaba de ver es un pulpo congelado que acaba de salir de la nevera es todo un poema. Es una cara de genuino asco y de asombro: como si la idea de alguien haciendo una trampa tan burda le resultara imposible de aceptar. En otro episodio, en Buenos Aires (retirado de manera inexplicable por CNN), habla en la camilla de un psicoanalista con total franqueza de los pensamientos suicidas que lo asaltan a menudo. Hoy, por desgracia, los que adoramos a Anthony Bourdain tenemos que ver cómo su nombre está a punto de convertirse en lo que él más odiaba: una marca. Se organizan viajes por Oriente bajo el nombre de Anthony Bourdain experience por los lugares donde él comió: todo lo que él y su obra preconizan es justamente riesgo, aventura, exploración. Lo opuesto a un tour de turistas armados de palos selfies. Una vez dijo que un cuerpo no es un templo, sino un parque de atracciones. Hoy hay lágrimas en ese parque. Dejen a Anthony Bourdain en paz.