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MI HERMOSA LAVANDERÍA

Mira que está lejos Japón...

Isabel Coixet

Martes, 01 de Enero 2019

Tiempo de lectura: 2 min

Hoy sólo me han preguntado ocho veces por qué me gusta tanto Japón y, aunque durante mi actual visita he visto mayoritariamente a personas japonesas, no hay gaijin ('extranjero') que se resista a preguntármelo. Para abreviar y no entrar en detalles que me llevarían demasiada energía y explicaciones, no dudo en recurrir a los tópicos: la literatura (los dos Murakami, Ryu y Haruki; Yasunari Kawabata, Mishima, Kenzaburo Oe, Yoko Ogawa, Banana Yoshimoto...); la comida, el kabuki, el butoh, el sake, el shochu, el shiso, el yuzu, los templos, la moda (Limi Feu, Tsumori Chisato, Yohji Yamamoto, Rei Kawakubo, Junya Watanabe); el cine (Kurosawa, Oshima, Koreeda, Naomi Kawase)... Con unos cuantos nombres, pronunciados rápidamente para que la pronunciación parezca mejor de lo que es, mis interlocutores se quedan tranquilos y yo puedo ahorrarme hablar a desconocidos, que normalmente lo único que quieren es que les recomiende un par de restaurantes donde se coma buen sushi, de las cosas que, además de la retahíla de nombres citados, siento cercanas a mi corazón de este país, al que siempre regreso, bien sea para pasear o, como en este caso, para trabajar. Confieso que me molestan sobremanera los comentarios del tipo «qué país más raro», «los japoneses no son como nosotros» o «qué cansancio tanta reverencia»: los comentarios que sólo revelan una cerrazón irracional que está en la base de todos los prejuicios del mundo y que contribuyen a hacer de este un lugar más aburrido y estúpido, al que cada vez cuesta más pertenecer sin sentir un acendrado sentimiento de vergüenza. Siempre he pensado que, al descubrir un país nuevo, uno oscila entre la extrañeza y el reconocimiento mezclados: nos gusta sentir sorpresa y nos gusta también descubrir una cierta familiaridad en los territorios ignotos. Eso me pasa con Japón: perdiéndome en barrios tradicionales (Koenji, Shimokitazawa), me fascinan la escasa iluminación, las casitas bajas, los bares minúsculos con dueños que no ocultan su desdén cuando te aposentas en la barra, porque ocupas el lugar de los habituales; ese misterioso y oscuro espacio entre los edificios, que teóricamente sirve para paliar daños si hay un terremoto, pero que para mí está cargado de misterios y de fantasmas... Me encanta vagar por estos lugares, sin rumbo fijo, disfrutando de mi extrañeza, mientras experimento una cálida y prolongada sensación de dejà vu: a través de los libros, las películas, los rostros, la danza y la comida, he construido en mi cabeza un país con retazos y aromas y sombras de todo ello, un país que reconozco y amo y me alimenta y que descubro y redescubro sin cesar con un placer infinito. Un país que sólo a mí me pertenece y que llevo en mi corazón como un talismán secreto que me protege del olvido y la indiferencia: mi Japón.