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PEQUEÑAS INFAMIAS

Del estreñimiento a la diarrea

Carmen Posadas

Lunes, 21 de Enero 2019

Tiempo de lectura: 3 min

No sé qué pensarán los 'padres helicóptero', esos que sobrevuelan día y noche sobre sus hijos para que no se caigan; oh, que no se lastimen; oh, Dios mío, que no se traumen; pero la última moda en parques infantiles en Inglaterra tiene un nombre provocador, los llaman «zona de guerra». Adiós, columpio; ciao, sube y baja; bye, bye, cubo y palita; hola, musgo resbaladizo, troncos nudosos, campos de arena y barro, mucho barro… «Obviamente no se trata de un parque para los más pequeños –explica una psicóloga infantil partidaria de esta nueva forma de ocio–, pero, a partir de los ocho o nueve años, el contacto con la vida tal como es y también con la naturaleza es muy educativo. En la ciudad hay niños que nunca han visto una gallina más que en televisión y piensan que los pollos vienen de los supermercados». «La existencia de elementos de la naturaleza en el ocio es fundamental –continúa exponiendo esta experta–. Basta de sobreprotección, un niño que juega en la calle gana autonomía, aprende asumiendo retos y eso lo hará más independiente, no se puede vivir siempre entre algodones». «El ocio es una forma muy importante de aprendizaje –apunta otro sociólogo partidario de esta nueva tendencia–. Hay que preguntarse si, pasados los primeros años de vida, no les estaremos haciendo un flaco favor con esos parques de suelo antichichones. Un lugar de entretenimiento sobreprotegido no ayuda a desarrollar capacidades tan importantes como la inventiva, la creatividad. Cuando un niño ve un tobogán, puede que sienta cosquillas en el estómago. Pero cuando ve cuatro palos y un trozo de tela –añade–, es su imaginación la que se pone en marcha: ¿qué voy a inventarme, una tienda de campaña, un iglú, un barco con una vela? Basta de darles todo masticadito, de teledirigir todas sus actividades y/o dejar que pasen horas jugando con la play. Que se busquen la vida. Que se aburran incluso; el aburrimiento es el padre de la inventiva. Un niño que primero juega con la consola, luego se sube a un patinete, más tarde hace yudo, vuela un dron, ve una película, todo dirigido y tutelado por sus papás, tal vez no se aburra, pero tampoco aprende nada. Que lo dejen a su aire, ese es el ocio creativo», subraya. Me interesó mucho leer el artículo en el que venían reproducidas esta noticia y estas opiniones. ¿Estaremos en el comienzo de una nueva sensibilidad con respecto a la formación de los más pequeños? Siempre me ha llamado la atención que los padres actuales sean muy permisivos en ciertas cosas y enormemente controladores en otras. No parecen darle ninguna importancia, por ejemplo, a lo que siempre se ha considerado educación: corregir faltas de disciplina, enseñar modales, controlar egocentrismo y otros egoísmos (que mi niño haga lo que quiera, no sea que se me traume). En cambio, son incongruentemente controladores en todo lo concerniente a su ocio: de tal hora a tal hora toca yudo, más tarde flauta, y después clase de pintura, de manualidades, de taekwondo, de cocina, de papiroflexia y así hasta la extenuación del niño y, por supuesto, también del bolsillo del esforzado progenitor. Por eso me ha gustado saber que existe una nueva tendencia en este campo. Claro que, como siempre ocurre, algunos se pasan siete pueblos con la pedagogía de vanguardia. En Japón, por ejemplo, se propugna que lo que ahora llaman parques aventureros sean «súperreales». Cerrados para estar al amparo de pederastas pero… con arbustos espinosos, botellas rotas, piedras resbaladizas y también permiso para encender fogatas. «Igual que Tom Sawyer, igual que los niños de antes –señalan los orgullosos promotores de estos paraísos salvajes–. Incluso pondremos algunas caquitas de perro para dar más ambiente», dicen. Y yo me pregunto: ¿por qué tendremos que pasar siempre del estreñimiento directamente a la diarrea? ¿No podrían los niños divertirse como lo han hecho toda la vida? Sin papás tutelando y teledirigiéndolos a todas horas, pero sin exponerlos tampoco a que cojan el tétanos en ese superferolítico (y sospecho que carisísimo) parque aventurero. Vamos, digo yo.