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PEQUEÑAS INFAMIAS

Los bebés nacen por el ombligo

Carmen Posadas

Lunes, 18 de Febrero 2019

Tiempo de lectura: 3 min

'Puta', 'joder', 'menstruación', 'masturbación'… Miro hacia atrás y me veo, con ocho o nueve años, a la hora de la siesta colándome en la biblioteca de mi padre para consultar un par de diccionarios que pudieran ilustrarme sobre estas y otras palabras. La excursión solía resultar un fiasco porque bajo el epígrafe 'puta', por ejemplo, se encontraba esta poco esclarecedora definición: «Mujer pública». Y algo parecido ocurría con el resto de las palabras, así que no quedaba más remedio que recurrir a otras fuentes: hermanos mayores. O ese primo lleno de granos que se empeñaba en explicarse 'jugando a médicos', o alguna compañera de clase tan ignorante como una que aseguraba saber de muy buena fuente que los niños no venían de París, sino que «nacían de las mamás saliendo por el ombligo». Eran otros tiempos. Ahora, los niños lo tienen más fácil. Toda la información que puedan desear está a un clic de distancia y casi siempre acompañada de vídeo explicativo por si queda alguna duda o se necesitan detalles más precisos. Pero, además –en un mundo hipersexualizado como el nuestro, en el que no solo en las películas sino también en los anuncios (y da igual que sean de chocolatinas o incluso de sopicaldos) se suele recurrir a fingidos orgasmos y otros guiños sexis–, no es precisamente información de esta índole la que falta a los más pequeños. Y ellos la asimilan con absoluta normalidad desde edades muy tempranas, lo que en principio parece sano. No existen ya tabúes, secretos insondables ni confusos misterios como ocurría en nuestra época. Tampoco represión sexual ni mucho menos 'landismo', término de cortísima vida que defendió José Luis Borau en su discurso de entrada en la Real Academia y que sirve para designar ciertas comedias del período desarrollista, pero también el hambre sexual del macho ibérico en celo permanente. No, los niños de ahora no necesitan recurrir a los diccionarios ni a hermanos mayores o amigos para su aprendizaje sentimental y sexual, todo lo que quieren saber está en la Red. ¿Quiere eso decir que están mejor informados que nosotros? Según Claire Wardle, experta en comunicación, la gran paradoja de nuestra era es que el mundo ultraconectado en el que vivimos produce una colosal desinformación, y los grandes medios, que hasta hace unos años ejercían el monopolio de la información y filtraban las noticias separando mentiras de verdades, han perdido toda credibilidad. En este momento vale tanto la opinión de un premio Nobel que la de un bloguero. Peor aún, vale más la del bloguero porque hoy todo depende del número de likes que coseche una noticia. Y luego están los bulos (las fake news), es decir, noticias deliberadamente falsas que corren por la Red como reguero de pólvora. Cualquier noticia de relieve tiene su versión bulo que sirve para alimentar el morbo y dar la peor versión de cualquier hecho. En el caso del niño Julen, por ejemplo, basta poner su nombre junto a la palabra fake para descubrir las mil explicaciones insidiosas que elaboraron alrededor de tan triste accidente. Y, por supuesto, quienes más expuestos están a este hervidero de mentiras son los más jóvenes que consultan las redes de un modo yonqui, cada diez minutos más o menos. De ahí que un estudio reciente de la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción) señale que es preciso enseñar en las escuelas a los jóvenes a cuestionarse si una noticia es falsa o no. De momento, solo el 22,5 por ciento de los adolescentes afirma haber recibido formación en este sentido. Tal vez ahora ninguna fake new diga que los bebés salen del vientre materno por el ombligo, pero los siguientes cuentos de viejas tienen su versión 2.0 en las redes: uno afirma que método Ogino es «seguro y superecológico». Otro, que lavarse con vinagre después de haber mantenido relaciones sin protección evita embarazos y contagio de enfermedades; un tercero, que no hace falta utilizar anticonceptivos cuando una app indica que no está una en día fértil… Y la gente se los cree porque otro fenómeno viejo como el mundo es que, por alguna razón que se me escapa, el ser humano es más proclive a tragarse una trola descomunal que a decantarse por algo que encaje con el más elemental sentido común