¿Qué reformas quedan pendientes de la Transición?

Las preguntas de Punset

Como homenaje al divulgador científico Eduard Punset, recuperamos su sección ‘Los lectores preguntan’ en la que abordaba las cuestiones que le planteaban los seguidores de ‘XLSemanal’

Una de las cosas que he descubierto a mis 78 años es que nadie nos habló fríamente de Guerra Civil española, la confrontación armada más cruenta del siglo XX. Y me ha dado por hacer una encuesta estos últimos días para saber a cuántos se les había hablado de ella en sus casas. Tal vez la única manera de salir de la endemoniada crisis, que han puesto de manifiesto los resultados de las recientes elecciones europeas, sea mirar atrás como para tantas otras cosas con cierta perspectiva histórica. La primera conclusión que debemos extraer de aquella guerra quizá debería ser recordar quién la ganó.

Duró casi tres años por un sinfín de motivos en los que no vale la pena ahondar y aquella pelea sangrienta tuvo lugar en un contexto internacional también dividido, aunque no merece la pena analizar cuál de los dos bandos era más numeroso o si se enfrentaron dos bandos de fuerza parecida.

Lo que está claro es que la guerra la ganaron el general Francisco Franco y sus partidarios. Lo que años más tarde habría podido llamarse la «transición benevolente» porque se intentó incorporar fuerzas políticas tan distantes como el Partido Comunista de Santiago Carrillo no consiguió engañar a nadie: los vencedores seguían siendo los de siempre, los que procedían del lugar abierto por la Transición y los que habían ganado la Guerra Civil.

Los vencedores de la Guerra Civil y de la Transición política postergaron muchas reformas fundamentales hasta que fuera el momento adecuado para todos. Tal vez no todos los jóvenes postergados entonces recuerden ahora cuáles eran las reformas esperadas: se aplazaba la entrada en vigor de la democracia hasta que se contara con partidos políticos con la fuerza suficiente para dotarlos de los representantes de los propios ciudadanos, en lugar de los representantes de los partidos políticos. De ahí que surgiera la aceptación casi generalizada de unos años de experimentación hasta que se decidieran los nuevos sistemas de representación. El problema es que después de la experimentación no llegó la reforma.

Cuando llegó el momento de la reforma, muy pocos de los protagonistas que habían contribuido o experimentado con el refuerzo de los partidos estaban ya en el escenario político. Y aunque se hubiera querido hacer, no se sabía cómo; por lo menos, la parte ganadora de la Guerra Civil. De una manera u otra había que darse el tiempo suficiente para experimentar lo que era una novedad total al comienzo de la Transición, y era absolutamente necesario experimentar la vida y gestión ordinaria de un partido político y sus sistemas de representación.

La «transición benevolente» aceptó también renunciar, de momento, a la famosa división de poderes el Congreso como sistema de representación pública, el Poder Judicial y Poder Ejecutivo; entre otras cosas, porque entre los políticos de entonces ninguno aceptaba que el Poder Judicial no fuera elegido también por ellos mismos. Recuerdo conversaciones mantenidas con políticos de carácter benevolente a los que intenté convencer de que una cosa no podía ir sin la otra. Yo lo había aprendido en el exilio.  Hubo muchas otras reformas aplazadas, como la del Senado, prioritarias para dar cabida al poder real de las comunidades autónomas, que ya se estaban pergeñando. Los españoles confiarán en que los políticos se dediquen a todo lo anterior, junto con las demás reformas pendientes. Y cuanto antes. La gente sobre todo la más joven no querrá esperar otros cuarenta años.

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