El hotel Negresco de Niza, el Café de París de Montecarlo… Recorremos junto con Arturo Pérez-Reverte algunos de los escenarios de su nueva novela, ‘El tango de la guardia vieja’. Una obra madura, repleta de acción, donde por primera vez hay sexo explícito y violento, rincones oscuros y turbios, pero también amor de verdad. Por Virginia Drake.

Nos citamos en Niza y paseamos juntos por «ese bulevar de 60 kilómetros, habitado por camareros tranquilos que esperan clientes, croupiers lentos que esperan jugadores, mujeres rápidas que esperan hombres con dinero, y buscavidas despiertos que esperan la ocasión de beneficiarse de todo esto».

«Todos tenemos rincones oscuros. Pero la mujer por educación o por norma social, los ha relegado durante siglos a un desván casi vergonzoso»

Así describe Arturo Pérez-Reverte el corazón de la Riviera Francesa en su último libro, El tango de la guardia vieja, y nos invita a recorrer con él algunos de los lugares en los que se desarrolla gran parte de la trama: el paseo de los Ingleses, el hotel Negresco, el Café de París de Montecarlo… Se trata de una novela muy madura repleta de gestos, de miradas y de silencios. No hay momentos de relleno; todo es trepidante y tiene sentido. No existen frases ni perfiles gratuitos, sino personajes astutos e inteligentes. Y, por primera vez en su obra literaria, hay sexo explícito y violento, rincones oscuros y turbios, pero también, al final, amor melancólico y sereno. Todo un descubrimiento en la factoría Pérez-Reverte.

XLSemanal. Madrid, 1990-Sorrento, 2012. ¿Ha tardado 22 años en escribir esta novela?

Arturo Pérez-Reverte. La empecé en el año 90. Llevaba unos 40 folios escritos y, por ese instinto del peligro, me di cuenta de que no estaba funcionando. Tuve la prudencia de parar, escribí El club Dumas, y ahí quedó aparcada.

XL. ¿Por qué no le ‘funcionó’ entonces?

A.P.R. Ahora, y no antes, me he dado cuenta de que no tenía edad suficiente para escribir esta novela. Tenía 39 años y me faltaba mirada, pasado, arrugas, canas, cansancio ; todo aquello que te da el tiempo.

XL. Contra todo pronóstico, esta novela es una historia de pasiones tórridas.

A.P.R. Es una historia de amor. En mi novela siempre ha estado el amor de alguna forma, pero nunca en el foco. Es la primera vez, sí, que está centrada en él. Pero es una historia de amor de verdad; no es de los pajaritos cantan, vamos a comer perdices, como te quiero y un final feliz.

«El que crea que soy machista no tiene ni puta idea. No me ha leído. Dudo que nadie haya escrito de manera tan admirada como yo hacia las mujeres»

XL. Para que el amor sea de verdad, ¿es necesario que sea tan violento, tan turbio y tan sórdido como el que pinta?

A.P.R. Es que el amor es todo eso. Cuarenta años en la vida de los protagonistas dan para muchas modalidades diferentes de amor y en esta historia está descrito desde dos puntos de vista: el amor en la vejez de dos personas que se han amado o que no sabían que se amaban y que, al mirar hacia atrás, se están comprendiendo a sí mismos en el presente; cualquier persona de cierta edad lo entiende perfectamente. Y luego está el otro lado del amor, el lado turbio, el rincón oscuro, un terreno en el cual el amor y el sexo se enturbian de una manera absolutamente legítima, porque todos tenemos rincones oscuros.

XL. En fin, unos los tienen más oscuros que otros.

A.P.R. A eso voy. Todos los tenemos de alguna forma u otra. Lo que pasa es que la mujer -por educación y por norma social- ha relegado esos rincones turbios durante siglos a un desván casi vergonzoso.

XL. Pero ya es historia pasada eso de la mujer reprimida que se tiene que liberar.

A.P.R. No es eso. Hablo de cosas mucho más complejas. A veces, las circunstancias de la vida hacen que, cuando una mujer se asoma a esa parte de sí misma, descubra aspectos que cambian su manera de ver el mundo. No me refiero a que se meta a puta, no. Hablo de una mujer normal, madre de familia respetable. Tampoco estoy hablando de estupideces del tipo de Cincuenta sombras de Grey. Eso es idiotez y pornografía.

XL. Pues tienen un éxito…

A.P.R. Pero es pornografía barata. Yo no estoy hablando de eso. Estoy hablando de una mujer educada, con una estabilidad emocional que descubre que hay una parte de ella que está sin desarrollar y se pone a explorarla de una forma no morbosa, no patológica, sino serena. Esa exploración serena del rincón oscuro me parece muy interesante e inteligente. Y en esta novela hay algo de eso.

XL. Vamos, que donde esté una señora brava se quiten las geishas.

A.P.R. ¡Fuera, fuera! A mí no me han interesado nunca las geishas. Hubo una época en la que yo era reportero, joven, viajaba por todo el mundo, no existía el sida…y había un lugar donde las geishas eran ‘de fácil acceso’, para entendernos; lugares en los que era muy fácil decir: «Esas geishas, conmigo». Pues jamás lo dije ni lo hice. Nunca jamás. Ni de niño, me han interesado las geishas. Si no hay una compañera capaz de dar la réplica y de coger el rifle si atacan los indios, no merece la pena. A mí siempre me interesó la mujer capaz de coger el Winchester y disparar por la ventana; nunca pude soportar la mujer que da grititos y se te agarra al brazo.

XL. Así que le va la mujer soldado [risas].

A.P.R. No. La mujer soldado, no. Me gusta la mujer que en los momentos de crisis pone los ovarios encima de la mesa.

XL. A mí me ha parecido un tratado de seducción muy arriesgado, con unos toques clasistas brutales.

A.P.R. Seducción en ambas direcciones, ¡eh! ¿Y clasista? Claro porque la de los años veinte, treinta y cuarenta era una sociedad clasista. Comprenderás que yo no puedo hacer que gentes de aquella altísima sociedad hablen como si fueran socialistas. Se comportan, piensan, actúan, hablan y se mueven como lo que eran. personas de una casta privilegiada.

XL. Luego está el protagonista, el pobre Max, un advenedizo enredado entre toda esa gente.

A.P.R. Max es el arribista que quiere llegar a esa clase social y surge el conflicto. Recuerda cuando ella le dice. «Nosotros no somos gente rica, somos gente bien». Y esto es así de claro, no hay duda: hay gente que no tiene un duro y hay gente rica absolutamente ordinaria.

«El sexo incluye momentos de violencia extrema. Esto es así, sin duda»

XL. Y mucho glamour en los salones y bajas pasiones en la cama: un clásico.

A.P.R. Naturalmente, porque las dos cosas son compatibles. Pero a mí lo de ‘bajas pasiones’ me parece una definición ya viciada de partida, prefiero hablar de rincones turbios de una señora. Y digo ‘señora’ porque no es lo mismo que ‘mujer’ [sonríe]. Una señora puede susurrar procacidades en el sexo y no por eso deja de ser una señora.

XL. En las escenas de sexo, más que amarse los protagonistas se acometen y hasta se pegan.

A.P.R. Vamos por partes y con cuidado porque aquí no vamos a entrar en planos de machismos, feminismos ni de malos tratos. Sexo y violencia van perfectamente ligados. No se trata de que el hombre sacuda a la mujer. Hay momentos de relación violenta por ambas partes en los que, además, es más agresiva ella que él. El sexo incluye momentos de violencia extrema y esto es así, sin duda.

XL. ¿… ?

A.P.R. A lo mejor es imaginación mía [se ríe].

XL. Es un libro muy carnal.

A.P.R. Es muy físico, sí; pero es que hablamos desde la vejez y en la vejez hay una conciencia de lo físico muy superior a la que se da en la juventud.

XL. ¿Arturo Pérez-Reverte se siente ya viejo?

A.P.R. ¡Olvídame a mí! Podría haber estado hablando de un fascista nazi asesino de judíos y no tendría por qué compartir con él nada. Esto es una novela, no lo olvides.

XL. Perdón, volvamos a su teoría sobre la vejez.

A.P.R. Cuando eres viejo, cuando entras en ese periodo de decadencia física en el que te duelen los riñones al atarte los zapatos, en el que la chica joven te mira como si no existieras… miras hacia atrás y te das cuenta de lo importante que es la carne, la piel, la textura, la tibieza…

«Cuando eres viejo, miras hacia atrás y te das cuenta de lo importante que es la carne, la piel, la textura, la tibieza…»

XL. Todo lo bueno queda atrás.

A.P.R. ¡No, hombre! También con la edad hay gratificaciones físicas muy interesantes. Pero eso no quita para que seas más consciente del papel de lo físico, del valor de aquella relación carnal: la piel moteada que antes fue bella, la arruga donde antes no existía… pero también el cómo una mujer inteligente y elegante puede asumir esa decadencia, integrarla y seguir siendo elegante y atractiva. Todos estos han sido puntos por batir en esta campaña. Y es lo que he intentado resolver de una forma más o menos sencilla.

XL. Le reconozco cierta elegancia a la hora de narrar un sexo explícito…  tan ‘poco convencional’.

A.P.R. Yo tenía un problema grave con esto. Tenía que resolver tres o cuatro escenas de sexo explícito y ‘nada convencional’ [sonríe]: juego de espejos en la pared, sexo violento, sexo morboso con el marido presente, sexo a tres, a cuatro y a cinco…  Era muy fácil caer en lo vulgar y yo no quería eso. Mantener un digno envoltorio para situaciones bastante tórridas ha sido un desafío técnico, porque todo en la vida es técnica. Antes de escribir, me planteaba el plano de la situación y pensaba mucho los adjetivos, verbos, adverbios…

XL. ¿Así se escribe un libro? ¿Se hace primero una lista de palabras que utilizar en cada caso?

A.P.R. Al menos, así escribo yo. Toda esa planificación era especialmente importante en las escenas de sexo porque hay lectores a los que no puedo asustar ni escandalizar, pero al mismo tiempo hay lectores a los que no puedo decepcionar y que se crean que los trato como a gilipollas. Conseguir esa armonía asequible a un montón de públicos diferentes y, al mismo tiempo, quedar yo contento con mi trabajo ha sido un desafío enorme. Al final hay escenas de sexo duro, y yo creo que no he caído en la vulgaridad.

XL. Y de fondo, una España en plena contienda a la que define como «un lugar triste, rencoroso y con olor a sacristía, gobernado por estraperlistas y gente mediocre. El paraíso de la envidia y la vileza».

A.P.R. Y lo sigue siendo, ¿en qué ha cambiado? Te aseguro que en ese sentido España sigue siendo la misma. Ahora, los que nos gobiernan se han transformado y son banqueros, constructores, políticos analfabetos…  Gentuza arribista sin escrúpulos, analfabetos todos ellos.

XL. ¡Olé!

A.P.R. Durante un tiempo pensé que habíamos cambiado, que iba a ser distinto, que éramos otros. Pero en los últimos años me han demostrado que somos los de siempre.

«No hay mayor desprecio que una mujer inteligente, superior, te ignore»

XL. Quizá por eso escribe: «Hay hombres que sueñan con irse y se atreven».

A.P.R. Sí, yo me atreví. Te digo que, sin ningún tipo de intermediario, ahí sí hablo de mí. Hay gente que se atreve a moverse y gana o pierde. Yo tuve suerte y gané, podía haber perdido. Me fui a los 18 años y todavía me sigo yendo.

XL. ¿Para huir de qué?

A.P.R. Ese es el error, no es una huida. Me interesa saber qué hay detrás de aquella montaña, de aquella línea del horizonte, de aquella mujer…  Entonces te acercas a mirar y eso te mantiene vivo, te hace descubrir cosas y también te pone en peligro, claro. Unas veces ganas, otras pierdes… Yo he tenido suerte porque he ganado casi siempre.

XL. ¿Casi?

A.P.R. Sí, casi. Yo también he perdido muchas veces, pero he perdido ‘con maneras’, que es como hay que perder [sonríe].

XL. Esta novela está repleta de frases contundentes, por ejemplo: «Hay lugares a los que no se debe volver nunca».

A.P.R. Es verdad, eso es algo que yo he aprendido en la vida. Sobre todo no hay que volver a aquellos lugares en los que has sido feliz. Donde no has sido feliz cabe una segunda oportunidad; pero la mejor forma de estropear un sitio donde has sido muy feliz es volviendo a él. Y hablo tanto de lugares reales como imaginarios.

XL. Una más: «Soy lo que las propinas que dejo dicen que soy».

A.P.R. [Se ríe]. Es una buena definición, sí. Yo las sigo dando. En aquel tiempo era tan importante parecer como ser. Ahora da igual porque lo único que tienes que hacer es tener dinero [lo dice con cierto desprecio]. En la novela hablo de cómo Max se trabaja a los subalternos, y yo lo he hecho toda mi vida. Cuando era muy jovencillo, descubrí que el sargento es más importante que el coronel; que el cocinero es más importante que el dueño del restaurante, y que la secretaria lo es más que el jefe. Toda mi vida he querido conseguir la aprobación de esa gente.

XL. ¿A base de propinas?

A.P.R. No solo, es una mezcla. A veces aprecian más tu sonrisa que tu dólar. Siempre tuve con los subalternos esa complicidad de ‘hoy por ti, mañana por mí’. Como reportero, me fue utilísima. Me siento muy orgulloso de que un conserje del hotel Negresco, por ejemplo, me diga: «Hombre, don Arturo, me alegro de volver a verlo», y saber que es sincero. Ese es el botín del que estoy más orgulloso en mi vida.

«A los lugares donde has sido feliz no debes volver nunca. Es la mejor manera de estropearlos. Y hablo de lugares tanto físicos como imaginarios»

XL. Hay en la novela una declaración de admiración en toda regla: «Hace que sienta lástima por los hombres a los que una mujer nunca miró así».

A.P.R. Eso no es una idea, es un axioma; es una verdad monolítica, lapidaria. La mujer es el testigo, sin duda. La mujer es juez, abogado, jurado y verdugo. Una mirada admirativa de una mujer superior es el mayor premio que un hombre puede tener en la vida. Es lo más a lo que puede aspirar un tío. Hay hombres capaces de cruzar océanos, de matar, de morir con tal de que una mujer los mire con admiración. Hay miradas por las que el hombre se haría matar en el acto; y es verdad, es que ha ocurrido, es que históricamente es una realidad. No hay mayor desprecio que que una mujer así te ignore.

XL. Y luego hay quien lo acusa de tener ramalazos machistas.

A.P.R. La mujer es una máquina pensante mucho más afinada que el hombre. Hay mujeres que son como premios. Una mujer superior es el mayor botín que puede darte la vida. La mujer inteligente es incapaz de tener esas limitaciones que el hombre sí tiene. El hombre tiene actitudes masculinamente idiotas, y el que crea que yo soy machista no tiene ni puta idea, se nota que no me ha leído. Dudo que exista alguien que haya escrito de una manera tan admirada y tan precavida como hago yo con las mujeres.

XL. ¿Mecha, la protagonista, existe o se parece a alguien?

A.P.R. Recuerda que todo es ficción en esta novela [sonríe].

XL. ¿Añora un mundo y una sociedad que no ha vivido?

A.P.R. Digamos que es un mundo con el que yo, por razones que no vamos a detallar aquí, tuve cierta familiaridad y sus ecos me llegaron. Mis abuelos vivieron el siglo XIX en esa vieja Europa de los grandes hoteles, de la gente educada; en esa Europa que era referencia incluso moral. Cuando yo llego al mundo, esa Europa todavía sigue latiendo y mis recuerdos están llenos de gestos de mi abuelo, de mi abuela, de mi padre… Son cosas que aprendí de ellos, que si las has visto de pequeño se te quedan en la cabeza. La manera de encender un cigarrillo, la forma de sentarse una mujer o de hacer un gesto para arreglarse el pelo. Eso, si no lo has visto, es difícil que lo conozcas y yo tuve la suerte y el privilegio de ver a las últimas personas que lo hacían.

XL. Don Arturo, ¡siempre nos quedará Niza, el hotel Negresco, Montecarlo y el Café de París!

A.P.R. [Risas]. ¡Siempre nos quedarán mis novelas!

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