Ramón Campos y Teresa Fernández-Valdés fundaron su productora, Bambú hace una década. Tras renovar el género romántico con ‘Velvet’ o ‘Gran Hotel’, rompieron los moldes de la ficción española con ‘Fariña’, la serie más vista en nuestro país en 2018. Ahora se atreven con todo tipo de géneros. Por Fernando Goitia/Fotos: Carlos Luján

·Las series de más éxito de Bambú Producciones

XLSemanal. Hace tres años estrenaron ‘Las chicas del cable en Netflix. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

R.C. Todo. Los dogmas y teorías que manejábamos se han venido abajo.

T.F.V. Y con las cadenas generalistas había unas reglas no escritas sobre la violencia, el sexo, el lenguaje y los personajes. Hoy no.

XL. Háblenme de esos dogmas.

R.C. La regla de oro era asegurarte al público femenino. La teoría que teníamos era que la audiencia es como una tarta. El bizcocho son las mujeres; la nata, los hombres; las guindas, los jóvenes y los niños; y los mayores, las velas. Puedes hacer un pastel solo con bizcocho, pero nunca sin él. Y a partir de ahí añadíamos capas. La industria funcionó así durante años, cuando el objetivo era superar los cuatro millones de espectadores. Ya no.

XL ¿Cuál fue la última serie que se hizo bajo esos parámetros?

R.C. Velvet. Es el paradigma de la serie dirigida al público femenino a la que sumamos pequeñas cosas. Nuestro objetivo era dignificar el culebrón, tan denostado siempre, e hicimos historias románticas, pero con ganas de hacer una serie normal, con misterio, por ejemplo. Y lo conseguimos. Nos posicionamos en el mercado.

«Hay gente que piensa que una serie es una película larga cortada en trocitos. Y no.»

XL. Es curioso, porque lo que Netflix les pidió para arrancar en España fue una serie, Las chicas del cable, con las mujeres como primer objetivo.

T.F.V. Es cierto. Puede sonar paradójico, pero su estrategia era clara: mostrar al público que también ofrece series para toda la familia. Buscaban sumar a su causa a madres y abuelas.

R.C. Lo vivimos con mucha presión ya que era su segunda serie en Europa. La primera, Marsella, con Gérard Depardieu, fue un fracaso y esta tenía que funcionar sí o sí.

XL. Sus series románticas, como Velvet y Gran Hotel, ya funcionaban en Latinoamérica. ¿Por eso los buscó Netflix?

R.C. Algo así, porque con Gran Hotel y Velvet vieron que el acento español, que allí se rechazaba, ya no era un problema. Netflix supo oler ese cambio para crear un eje España-Latinoamérica.

XL. La plataforma ha establecido su primer centro de producción europeo en España y abrirá su cuarta sede del continente en Madrid. ¿Qué panorama se abre para nuestra industria audiovisual?

T.F.V. Hay que aprovechar que los americanos, tras pasarse la vida exportando, sienten su mercado agotado y están con los ojos en lo que se mueve en el exterior. Y las series españolas llevan años viajando por el mundo, conectan con la gente. Eso no ocurre con las francesas ni con las italianas ni las alemanas. España tiene una base industrial con vocación de conquistar al público y se consume mucha ficción nacional. Desde siempre. Cuando decimos fuera que en España no hay hueco para las series norteamericanas, nadie lo entiende.

R.C. Francia por ejemplo, apenas tiene ficción televisiva propia. En el cine nosotros sufrimos la invasión americana, pero en estos países, con una industria cinematográfica más desarrollada y protegida, la invasión se traslada a la televisión.

XL. Al margen de eso, ¿atrae el modo de contar español?

T.F.V. También, pero la clave es el desarrollo que ha logrado la industria, que es, además, muy barata. Producimos por un tercio menos que cualquier país europeo. Por eso, Netflix asienta aquí su centro de producción. La ficción española viaja tres veces más que la francesa y cuesta tres veces menos.

XL. ¿Por qué es tan barata?

T.F.V. Por la existencia de una producción continuada. Las cadenas demandaban producción con determinada rentabilidad y nos hemos ido adaptando a sus presupuestos. Y no podemos decir que en el audiovisual se cobrase mal en España. El sector siempre ha movido mucho dinero en relación a cualquier otra profesión. Los salarios de los guionistas, por ejemplo, son altos.

R.C. Pero, más que los salarios, la cuestión es cuánto puedes gastar en producción. Antes se rodaba casi siempre en decorados y no en exteriores, tenías que diseñar escenas con poca figuración… Lo bueno es que toda esa experiencia nos ha enseñado a hacer grandes cosas con un sistema rentable para la industria.

Creadores de series espanolas Ramon Campos y Teresa Fernandez Valdes

XL. ¿Sentís que, de algún modo, estos años os habéis estado preparando para asumir los retos del nuevo escenario?

R.C. Totalmente. Nuestro nivel técnico hoy es de categoría internacional y tenemos una experiencia narrativa acojonante. El mundo se había acelerado en los últimos años y, por fin, vamos al ritmo del mundo.

XL. Van rápido, desde luego. ¿No les da un poco de vértigo?

R.C. Bueno, debes estar alerta, pero es divertido ver cómo evoluciona. Pienso en estos chavales que absorben series en el móvil y crecen con YouTube e Instagram. ¿Cómo contarán las historias? La estructura de puzzle de Atraco perfecto o los flashbacks contradictorios de Rashomon eran una revolución para nosotros, pero ellos ven eso en los dibujos animados.

«Antes la regla de oro era asegurarte al público femenino. Ahora, todos esos dogmas ya no funcionan»

XL. Hablando de cambios. Tras «dignificar el culebrón» tantos años, ¿cómo acabaron haciendo Fariña?

T.F.V. Lo primero es que, como gallegos mamamos toda aquella realidad de la droga y sus consecuencias. Para nosotros era una historia pendiente. Pensábamos: «Los americanos ya habrían hecho una serie sobre este tema hace 25 años».

R.C. Ya en 1999 hice una serie llamada Entre bateas y luego ideamos otra, en 2003, sobre la Operación Nécora. «¿Quién quiere ver eso? No podemos glorificar a los narcos», nos dijeron. Hasta que Netflix hizo Narcos y Suburra y se abrió la puerta. Pensamos en el libro de Nacho Carretero, que tenía muchas novias, y le contamos nuestra propuesta: actores gallegos desconocidos que hablaran en ‘castrapo’ –tuvimos una lingüista en el set para que la gente hablase como los de la zona, mezcla de gallego y castellano–, con la italiana Roma criminal como referencia para el tono de la serie… Para todo el mundo éramos los de Velvet Gran Hotel, pero Nacho confió en nosotros y, además, formó parte del equipo. Es una fuente inagotable de información. Hubo muchas cosas que no publicó, pero que nos las daba para documentarnos más y hablar con narcos, policías y gente diversa.

XL. ¿Se reunieron con narcos?

R.C. Mira, yo me fui con Nacho a una reunión en Vilagarcia y le mandaba mensajes a Tere: «Si no vuelvo, el último sitio donde estuve es este» [se ríe]. Estuvimos comiendo langostinos y bebiendo un vino malísimo con dos narcos, un grupo de funcionarios de prisiones y el sobrino de uno de los narcos. Un rollo súper machista. Muy Los Soprano.

XL. El rodaje, por lo que veo, daría para otro libro…

R.C. Seguro [se ríen]. Y no sé si lo sabes, pero en el juicio oral, el abogado de Miñanco se quejó de que las teorías del fiscal las había sacado de la serie de televisión.

T.F.V. Y dicen que al detenerlo, en su dormitorio encontraron los guiones de Fariña. Imagínate. ¡Es maravilloso!

R.C. A Javi Rey, que hace de Sito, se le acercó un hombre en el rodaje y le dijo al oído: «Hónralo». Teníamos claro que en el equipo, íntegramente gallego, había gente que tenía contacto con ellos. ¡Que aquello es muy pequeño!

R.C. Y tanto. Fíjate que el narco Oubiña y Carlos Blanco, que es el actor que hace de él, viven a un kilómetro el uno del otro. Rodábamos en Noia y nos movíamos: Vilagarcía, Pontevedra, Las Furnas…

XL. Y, con todo eso, una cadena generalista hizo, al fin, una serie al estilo de las plataformas…

T.F.V. La verdad es que pensábamos más en Movistar, que empezaba entonces, pero cuando se lo contamos a Antena 3, Sonia Martínez, la Directora de Ficción, no dudó: «La quiero». Y avisamos, ojo. «No hay historia de amor, los protagonistas son hombres, no mujeres; hay drogas…». Estuvimos un año entero escribiendo y no nos hicieron una sola nota al guion. El casting de desconocidos también les pareció bien. Todo fue muy fluido. Aunque al final les dio miedo.

XL. ¿Demasiado violenta, quizá?

R.C. Al contrario. «Pero no hay tiros», decían. Claro, es que los narcos en Galicia no pegan tiros, juegan al dominó. «Pero no hay persecuciones de coches». Pues no, hay lanchas y lanchiñas. Los jefazos, que están lejos del día a día, esperaban otra cosa.

T.F.V. Sí, se quedaron un poco fríos, pero al final se estrenó. Secuestraron el libro de Nacho, detuvieron a Sito Miñanco y todo confluyó a nuestro favor.

R.C. Pero lo más importante es que el público nos dio un lección a todos. Rompiendo todas las bases de la tarta, sin protagonistas femeninas ni grandes historias de amor y con sus cortes publicitarios, la serie se mantuvo arriba las diez entregas, con sus capítulos de 70 minutos.

T.F.V. Después de Fariña, las cadenas se atreven. En nuestras próximas series –45 revoluciones Instinto–, hacemos cosas que no se habían hecho en España.

XL. ¿Se refiere a capítulos de 50 minutos, rodajes en exteriores, actores poco conocidos…?

T.F.V. Ya lo verás. Sí te puedo adelantar que estamos haciendo algo muy potente con la música, licenciando temas contemporáneos –Lady Gaga, Sherman, Coldplay, The Killers…–, para darles la textura de los 60 y que al público joven no le cantemos Karina o referencias que les suenen a sus abuelas. Y eso cuesta dinero.

R.C. Cuenta una historia musical de la España de los 60, los inicios de rock nacional. La serie va a mucha caña, es muy divertida.

T.F.V. Y también estamos con Instinto, para Movistar, que te permite ir más lejos en cuestiones de tormento de los personajes, de sexo…

R.C. Como ves, creamos pensando en el cliente.

XL. Han pasado media vida haciendo series para televisión en abierto. ¿No echarán nada de menos del viejo sistema?

R.C. Seguro que sí. A mí me encanta hacer series para Antena 3, porque cuando pegas un pelotazo es muy difícil que llegues a tanta gente de una tacada con una plataforma. Ves la avalancha de tuits y comentarios en redes sociales y sientes al público. Es lo más cerca que puedes estar de un músico en un concierto. Y que al día siguiente, 4 o 5 millones de personas hablen de tu serie, todos a la vez, no tiene igual.

XL. ¿En qué más andan ahora?

R.C. En Netflix tenemos nueva temporada de Las chicas del cableAltamar y una serie documental de cuatro capítulos sobre las niñas de Alcàsser. En Movistar estamos con InstintoVelvet Colección y un nuevo proyecto que empezaremos a rodar este año y otra serie documental. En Antena 3 estamos con 45 revoluciones y otra serie para TVE que estamos desarrollando.

T.F.V. Y con cine. Este año vamos a hacer un drama romántico con Warner y otra de terror. En Bambú empezamos tres personas hace diez años y ahora movemos a unas 900.

XL. Con este boom de las series, ¿ha cambiado la mirada desde el mundo del cine hacia la televisión?

R.C. Mira, recuerdo la frase de un director español, reconocido, que en un programa en la tele dijo: «Yo haría televisión si me dejasen hacer Breaking Bad». Pero la frase correcta es: «Tú harías televisión si supieras hacer Breaking Bad» [se ríen]. Ese es el desprecio que hemos vivido. Es que por muy bueno que seas en cine, la televisión es otro mundo. En vez de contratar a prestigiosos directores de cine para venir a la tele, mejor le das un millón de euros a Álex Pina, o a nosotros [se ríen], y te hacemos una serie acojonante.

XL. ¿El error es pensar que el cine es trasladable a la televisión?

R.C. Es que hay gente que piensa que una serie es una película larga cortada en trocitos. Y no. Estás en el salón de tu casa, para empezar, y cada capítulo tiene que enganchar al espectador, obligarlo a quedarse, porque la oferta es tan brutal que si en cinco minutos no le gusta: next. Tienes que darle forma a cada 50 minutos, no hacer una película y partirla en dos, porque harás algo que no enganche.

XL. Mencionaron antes un documental sobre las niñas de Alcàsser, ¿pueden contar algo más?

R.C. Sí, estamos desarrollando una rama en la productora de series documentales. Es la ONG de Bambú [se ríen]. Gracias a la ficción podemos financiar proyectos más periodísticos, investigar. Con lo de Alcàsser llevamos un año y medio con un equipo dedicado a eso. Las familias de Alcàsser han tenido periodistas carroñeros todos los días y para que confiaran en nosotros y contar lo que vivieron se ha necesitado mucho tiempo. Ir a comer un día, hablar, que confíen y entiendan que no es algo para publicar en plan sensacionalista. Y muchas familias siguen sin querer hablar.

XL. ¿Qué fue lo primero que escribieron?

R.C. Una telenovela, con 6 años.

XL. ¿Perdón?

R.C. Sí, verás, es que mi padre era marino mercante y la mujer que nos cuidaba era una ‘viuda del mar’. Cuando mis padres se iban y se quedaba a dormir con nosotros, escuchaba casetes de su marido cantando. Era el único recuerdo que tenía de él. Y por las mañanas veíamos las telenovelas de Los ricos también lloran, Hotel, Cristal… Me crié en ese ambiente, con cierto drama, y con seis añitos ya escribí en una libreta, que mi madre guardó, diálogos en plan: «Yo te quiero, Luis Alfredo» [se ríen].

XL. Eso sería una telenovela gallega con todas las de la ley.

R.C. Bueno, es que mi primera serie como productor ejecutivo fue A vida por diante, sobre las esposas de cinco marineros cuyo barco se hunde, se quedan solas y tiran para adelante ayudándose unas a otras. Y en el capítulo uno está la cinta de casete y el play. La semilla estaba en mi infancia.

XL. Se empieza a escribir con lo que uno guarda, con lo que se carga…

R.C. Es verdad. Por ejemplo, la historia de Desaparecida nació del fallecimiento de un amigo mío en Azerbaiyán. Yo viví con su familia diez días esperando la llegada del cuerpo y me decía: «Esto hay que contarlo de alguna manera». Todo eso está en Desaparecida. Qué echas de menos, el olor, acostarse en la almohada de alguien que ya no está, ver a un anciano llorar desconsoladamente, el sonido de un féretro rascando el cemento; son pequeñas cosas con las que te vas quedando para contar después.

XL. ¿Y usted, Teresa?

T.F.V. Yo hice Periodismo y después un master en producción y gestión audiovisual. Nunca me he definido como guionista, pero acabé escribiendo. Lo primero, en Desaparecida, porque Ramón un día hizo crack, del ritmo tan brutal que llevábamos, y como tenía que entregar un guion al día siguiente, lo rematé yo.

XL. ¿Y qué tal quedó?

R.C. Me dieron la enhorabuena a mí.

XL. ¿Qué te dijeron?: «Tenías un toque que no conocíamos, Ramón».

R.C. Sí, sí, mi lado femenino [se ríen].

T.F.V. Sí, «se nota que hay una voz femenina ahí» [se ríen]. Yo no firmé, no dije nada. Y luego ya, a partir de Velvet, con más regularidad. Ahora ya me he soltado.

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