El ganó un Goya con 18 años, ella se curtió en el teatro y en apariciones en series. Y, de pronto la serie de televisión, ‘La casa de papel’. Miguel Herrán y Esther Acebo nos hablan de cómo es la vida con millones de seguidores en Instagram y la angustia de vivir sin saber cuándo va a morir tu personaje. Por Fernando Goitia / Foto: Pedro Walter

XL. ¿Cómo recibieron la noticia de que volvían a La casa de papel?

Miguel: Una vez que se estrenó en Netflix y alcanzó esa dimensión, estaba convencido de que habría más.

Esther: ¿En serio? Yo me pasé seis meses diciendo en cada entrevista: «Esto es una historia con principio y final, no hay posibilidades de que siga» [se ríen].

XL. ¿Hay más nervios con esta temporada que con las anteriores, por la presión de estar a la altura?

Miguel: No, porque ya no es una apuesta. Sabes que hay mucha gente esperándonos y, para los actores, los personajes ya están creados. Ahora piensas en qué cosas nuevas le puedes dar, pero ya no partes de cero.

XL. ¿Les preocupa llegar vivos al final de la serie?

Esther. Convivimos con esa duda. Recuerdo que, tras el segundo capítulo, que mi personaje terminaba arrodillada con un arma en su cabeza, me crucé con un guionista y le dije: «¡Por favor, no me matéis! ¡Dejadme un poco más!» [ríen].

Miguel. Somos títeres.

«Instagram es adictivo. La gente es adicta a la aprobación ajena»

XL. ¿Cómo es ese día en el que se dan de bruces con la fama?

Esther. El primer indicativo fue Instagram. Para mí fue cuando se emitió el primer capítulo en Antena 3. Lo vi con unos amigos en un sótano donde no había cobertura y, al salir, el móvil empezó a pitar como si fuera una tragaperras. Tenía mil seguidores y, de repente, se disparó. Fue el primer momento de, ¡ostras! Luego te acostumbras. Recuerdo el día que llegué al millón. Todo el mundo me decía: «Tía, ¡tienes un millón de seguidores!». Pero yo me levanté exactamente igual, saqué a mis perros igual y desayuné la tostada de siempre.

Miguel: ¿En serio? Pues yo a partir de los tres millones empecé a cagar pétalos [se ríen]. No, en serie,  Instagram es el mejor indicativo. Yo ahora lo miro una vez por semana. Es adictivo. La gente es adicta a la aprobación ajena. Cuando suben estas cosas de: ¿qué me pongo: rojo o amarillo? ¡Ponte lo que te salga de los cojones, por favor!

Esther: Y te estresa ver las respuestas de la gente y contestar, para no tener menos likes. Si aprendiéramos a querernos nosotros mismos no necesitaríamos tantos corazoncitos de la gente que no conocemos de nada. Es que, de ese millón, conoces, como mucho, a 200.

XL. A los 18, Miguel ganó un Goya y dijo: «Espero no volverme idiota». ¿Lo ha conseguido?

Miguel. [Se ríe]. Yo era un chaval muy conflictivo y temía creerme más que los demás, así que todo ha mejorado. Nunca sabes qué cosas han cambiado, pero creo, al menos, que no se me ha ido la cabeza. Hoy me llevo muy bien con mi familia, tengo muy buenos amigos…

Esther. Ahora es idiota, pero no cabrón [ríen]. Yo lo quiero.

Miguel: A ver, yo soy medio gilipollas, lo digo siempre; como venga con el día cruzado, me paso el día haciendo el tonto. Pero no es soberbia, de creerme más que los demás. Eso, fíjate, sólo me ha pasado cuando me dejaron un coche de esos potentes. Me sentí asqueado, la verdad, pero es que te sientes superior, todos te miran y te cambia el gesto. Y me gusta conducir, pero me da un asco que alucinas eso de bajarte y que todo el mundo piense: «Mira el niño este qué coche tiene». Que no es mío, me lo han prestado [se ríen]. Que yo tengo un Polo de 2002.

Miguel Herrán y Esther Acebo: "Instagram es adictivo. La gente es adicta a la aprobación ajena" 1

XL. ¿Hasta qué punto esta serie ha cambiado su vida o su carrera?

Miguel: Completamente. Ya no puedo caminar por Gran Vía ni ir a Malasaña o a Ponzano a tomar algo. No lo disfruto. Por suerte, vivo en el monte y no soy muy de salir. Este negocio tiene sus movidillas, pero estamos encantados. Te quita muy poco comparado con todo lo que te da. Compensa de largo.

Esther: Lo más increíble es que te vayas al campo en Portugal, pensando que estarás tranquila y, de repente, te persiguen coches. Vas a la playa y toda la gente encima. Y en Tailandia, fíjate, una amiga mía que está allí me envió una foto de dos chicas teñidas de rubio y el pelo rizado para parecerse a mí. ¡Flipé! Es muy marciano. Debes estar con los pies en el suelo y madurar rápido en muchos aspectos.

Miguel: Hasta en Nueva York, que es el sitio donde se supone que pasas más desapercibido, estuve una semana con una media de cinco fotos por día.

Esther: ¿Cinco fotos por día? Eso no es nada [se ríen]

XL. ¿Recuerdan su primera actuación profesional?

Esther: En el cole, me metí en el grupo de teatro en 2º de EGB. Hicimos Cats y los pequeñitos íbamos del hombro y hacíamos de gatitos que andaban por allí. Lo recuerdo con muchísima ilusión.

Miguel: Yo, en el teatrillo de mi pueblo. Hice de rana Gustavo, sin texto, croando y pegando saltos. Tenía dos pelotas de ping-pong como ojos, una se me cayó y no supe qué hacer. Me puse muy nervioso. Perdí el ojo en medio de la obra.

Esther: ¡Mi amor!

Miguel: Tendría cuatro años. Seguro que mi madre me lo saboteó para reírse a gusto. Y lo primero profesional fue A cambio de nada, de Daniel Guzmán.

Esther: Por todo lo alto, oye. Yo hice de Petra en el teatro, en Las amargas lágrimas de Petra von Kant, y fue muy bestia. Empezamos con un par de bolos y luego estuvo moviéndose muchísimo. Eso fue mi primer trabajo memorable.

XL. ¿Aún se sienten en el escenario o en el set como en el patio del colegio, jugando?

Esther: Es que lo nuestro es jugar, aunque a veces se nos olvide por la presión, pero somos muy afortunados porque seguimos jugando mientras trabajamos. Nunca se nos debe olvidar.

Miguel: En todos los idiomas, excepto en español, actuar es jugar: to play, jouer… Es una profesión que permite mantener a ese niño que llevamos dentro.

XL. ¿Se han quedado con algo para ustedes mismos de estos personajes?

Esther: Yo he aprendido esto de hacer las cosas, aunque tengas miedo. Vivir encorsetada y ser siempre correcta no te permite ser libre. Hay que equivocarse para aprender y, para ello, debes actuar. Mejor pedir perdón que pedir permiso. Es algo que me ha enseñado Mónica Gaztambide: mejor pedir perdón que pedir permiso.

Miguel: Río, mi personaje, se mete en este atraco por amor y en esta temporada lucha contra si mismo por mantener su personalidad, porque lo que está viviendo le vuelve loco. Trasladado a mi vida, es mantener mi personalidad dentro de toda la locura que nos rodea.

XL. ¿Han aprendido, por ejemplo, sobre armas?

Miguel: Yo ya sabía. Colecciono armas. Todas las conocía.

Esther: Tendrías que verle. Sabe de todo. Yo cojo un M-16 como si fuera una camiseta tendida y él comenta: «El cañón no sé qué, el casquillo tal…». ¡Madre mía!

Miguel: Es que me gustan mucho, y juego a videojuegos bélicos y a airsoft, como las armas que tenemos aquí, les meto pelotillas de papel y disparo a…

Esther: Sí, lo hace, lo hace [se ríen].

XL. ¿Ha ejercido, entonces, de instructor con sus compañeros?

Miguel: No me dedico mucho a instruir, yo soy más de destruir [se ríen].

Esther: Si le pides consejo a Miguel, lo más probable es que acabes disparando a alguien por la espalda [se ríen].

XL. ¿Dónde han rodado?

Miguel: Tailandia, Panamá, en la capital y en Guna Yala, París, Italia…

XL. ¿Es este el rodaje más duro que han hecho: horarios, traslados, duración…?

Miguel: Para nada. Yo en A cambio de nada, que tenía 16 años, ponía el catering por las mañanas. Bueno, y nunca he vivido nada tan heavy como el rodaje de 1898: Los últimos de Filipinas, en Guinea Ecuatorial y con 18-19 años. Por el camino al set podías ver siete cadáveres al día y gente empalada por el culo, desangrándose… La violación y el asesinato estaban a la orden del día. Recuerdo que asesinaron a tres niñas de 12 años para robarles el pelo y venderlo. Ni se plantean raparles, porque es mucho más lento. «Te corto la cabeza con el machete, te arranco el pelo y tiro tu cuerpo a la selva». Y para el director yo era un niño que no tenía ni puta idea y me metió en un río con cocodrilos. «¿Qué más? Papá, sácame de aquí. Si esto es el cine yo no quiero». Fue mi segundo proyecto y de no haber sido por Luis Tosar y Karra Elejalde hubiera dejado el cine de por vida. Pon esto bien grande: «Enrique Cerezo, dedícate al futbol, pero no produzcas más».

Esther: ¡Madre mía! La verdad es que esto es una carrera de fondo. Se necesita mucha fortaleza para no rendirte. En La casa de papel, desde luego, estamos muy bien cuidados. Son muchas horas, sí, pero es que yo he vivido rodajes sin presupuesto donde iba con mi coche a buscar al resto de actores.

XL. ¿Se quedaron con alguno de los billetes de la serie al terminar el rodaje?

Esther: Solo piensas en ellos el primer día que ves esos fajos enormes, pero es como con las armas, te impresionan de inicio y hoy coges el M16 como quién coge el bolso… Oye, ahora que lo dices, tengo que coger alguno.

Miguel: Es que son muy falsos, no cuelan en ningún sitio. Yo robé una careta de Dalí.

Esther: ¿En serio? Jo, yo no me llevé nada. Este año me voy a llevar de todo [se ríen].

Miguel: Un rifle de airsoft puede estar bien.

Esther: Eso. Lo saco en la gasolinera a ver cómo reacciona la gente [se ríen].

XL. ¿Os piden favores los amigos: «Puedes salir en mi corto»?

Esther: Jo, sí, yo estoy aprendiendo a decir que no, porque si te prestas estarías haciendo cortos a gente todo el día. Los amigos de verdad son los que menos te lo piden.

Miguel: A mí me pasa mucho. Gente del barrio, uno que tiene un primo que: «Acabo de sacar una marca de camisetas. ¿Qué te parece si te regalo una y…?». ¡Hostias!, muchas gracias, tío, por una camiseta te hago lo que sea. Es tu trabajo y la gente pretende que lo hagas gratis. Es una falta de respeto.

XL. ¿Una característica suya que no les agrade?

Esther: Yo soy una procrastrinadora nata. Siempre que tengo que hacer algo encuentro por el camino 200 cosas antes que hacer, pensando que me da tiempo a todo, y luego siempre llego tarde.

Miguel: Hay muchas cosas que no me gustan de mí, pero no son como para contarlas aquí.

XL. ¿Algo que consideren que hoy está sobrevalorado?

Miguel: El dinero. Es algo que he aprendido con toda esta vorágine. La gente lo pone por encima de tu calidad como persona. Es triste, pero es verdad. El otro se me rompió el coche y un tío que conozco, que farda siempre de su pasta, vino a tocarme los cojones y le dije eso: «Sólo sabes hablar de dinero porque no tienes nada más. Nadie te quiere, tus hijos pasan de ti, tienes a todos tus hermanos en contra. Disfruta de tus seis coches porque no tienes nada más. No tienes colegas y los amigos que tienes, piensa, lo son por tu dinero. Eres tan pobre que sólo tienes dinero».

Esther: Da miedo que la gente se te acerque por tu éxito o tu dinero. Desde niños todos se acercan al que tiene el videojuego o la pelota.

XL. ¿En esta profesión es necesario mentir con frecuencia?

Miguel: Es necesario ocultar información, que es distinto.

Esther: Yo creo que cuanta más honestidad, mejor. Y estoy totalmente en contra de los ‘sincericidios’. No hace falta decir todo lo que piensas todo el rato. Con 16 años, yo era una ‘sincericida’, pero he aprendido que muchas veces es mucho más inteligente callarse la boca.

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