Hace seis años reveló que las agencias de inteligencia norteamericanas vigilaban indiscriminadamente a dirigentes políticos y ciudadanos. Burló a los servicios secretos más poderosos del mundo y huyó a Rusia. Ahora Snowden cuenta en un libro los entresijos de aquella decisión. De todo ello y del lado oscuro de Internet, hablamos con él. Por Martin Knobbe/ Fotografía: Getty Images

Reservas una suite en un hotel de lujo de Moscú, envías el número de habitación encriptado al móvil que te han indicado y esperas a recibir un mensaje con una hora precisa. Quedar con Snowden es como los niños se imaginan que es el juego de los espías. Pero llega el lunes y efectivamente ahí está Snowden, en la primera planta del hotel Metropol. A sus 36 años, lleva ya seis viviendo en el exilio ruso. Washington considera a Snowden, junto con Julian Assange, enemigo del Estado desde que destapara con ayuda de un grupo de periodistas el verdadero alcance del sistema de vigilancia de la Agencia Nacional de Seguridad norteamericana (NSA en sus siglas inglesas). Ahora acaba de escribir un libro sobre todo aquello.

XLSemanal. Siempre ha dicho que aquí la historia no es usted. Sin embargo, acaba de escribir un libro de 432 páginas sobre su persona. Por qué?

Edward Snowden. Porque ahora es más importante que nunca explicarle a la opinión pública cómo son los sistemas de vigilancia y manipulación masivas. No puedo describir cómo han llegado a ser lo que son sin explicar mi propio papel en el proceso. Yo ayudé a construirlos.

XL. ¿No era importante contar todo eso hace cuatro años?

E.S. Hace cuatro años, el presidente de Estados Unidos era Barack Obama. Hace cuatro años, casi nadie hablaba de Boris Johnson; y en Alemania nadie se tomaba en serio a un partido como AfD. Ahora ya nadie se ríe. Cuando ves las fracturas sociales que se dan en el mundo, cuando ves la ola de autoritarismo, eso es que en todas partes los políticos y los grandes empresarios se están dando cuenta de que pueden utilizar la tecnología para influir en el mundo a una escala nueva. Nuestros sistemas están siendo atacados.

XL. ¿Qué sistemas?

E.S. El político, el judicial, el social. Decimos. «Oh, es cosa de Donald Trump, o de Boris Johnson, o de los rusos otra vez». Pero Trump no es el problema, Trump es un producto del problema.

XL. Dice que ha querido contar la verdad. ¿Cuál es la mayor mentira que se ha dicho sobre usted?

E.S. Oh, Dios, trillones. La mayor…

XL. … ¿que era usted un espía ruso?

E.S. Qué va, ni siquiera esa, sino que mi plan había sido desde el principio acabar en Rusia. Y hasta la NSA admite que Rusia nunca fue mi objetivo. Pero la mentira se ha fijado solo porque parece que encaja. Es parte de esa típica forma de hacer la guerra que ahora está a la orden del día. Los hechos ya no importan. Lo que sabes es menos importante que lo que sientes. Es un fenómeno muy dañino para la democracia, la corroe. Cada vez somos más incapaces de ponernos de acuerdo sobre las cosas. Si ni siquiera podemos reconocer lo que pasa de verdad, cómo vamos a ser capaces de debatir sobre los motivos por los que pasa?

Edward Snowden: "Si algún día caigo por una ventana, tengan por seguro que me han empujado". 2

Edward Snowden durante la primera entrevista que concedió al llegar a Moscú

XL. ¿Escribiendo el libro ha descubierto alguna verdad sobre usted mismo que no le haya gustado?

E.S. Lo menos halagador ha sido darme cuenta de lo inocente que era y cómo eso sirvió para convertirme en parte de un sistema que utilizó mis habilidades para provocar un daño global. La comunidad tecnológica a la que pertenezco se ha acabado creyendo aquello de «vamos a hacer del mundo un lugar mejor».

XL. ¿Fue esa su motivación cuando entró en el mundo del espionaje?

E.S. Dicho así suena demasiado grande. Simplemente me pareció que ahí se me abrían un montón de posibilidades porque, tras los atentados terroristas de 2001, el Gobierno estadounidense se lanzó a repartir millones de dólares para reclutar a todo aquel que tuviera capacidades técnicas avanzadas y suficientes credenciales de seguridad. Yo cumplía ambos requisitos. Era un crío, pero me llevaron al cuartel general de la CIA, me pusieron a cargo de la red de toda el área metropolitana de Washington. Una locura.

XL. ¿No le parecía fascinante colarse en la vida de cualquier persona gracias a lo que, en el fondo, era un hackeo patrocinado por el Estado?

E.S. Al principio ni siquiera sabía que existiera semejante sistema de vigilancia masiva porque empecé trabajando para la CIA, que normalmente realiza sus labores de inteligencia con fuentes humanas. Luego me trasladaron a la NSA y en mi último puesto ya me pusieron a trabajar con herramientas de vigilancia masiva, supervisado por un tipo que supuestamente tenía que formarme. A veces se ponía a dar vueltas en su silla mientras me enseñaba en la pantalla fotos de la mujer de alguno de nuestros objetivos desnuda y gritaba: «¡Bonus!».

«La ola de autoritarismo en el mundo, las fracturas sociales… Todo eso se da porque políticos y empresarios usan la tecnología para influir a una escala nueva»

XL. ¿Hubo un punto de inflexión?

E.S. No, fue un proceso paulatino, de años. Pero sí me acuerdo de un momento muy concreto: en mi último destino era analista de infraestructuras. En la NSA hay dos tipos de analistas dedicados a la vigilancia masiva. Por un lado, el analista de personas, que revisa el tráfico en Facebook de los individuos indicados, lee sus chats y sus mensajes. Y los analistas de infraestructuras, que se utilizan para labores de contrahackeo. Intentábamos descubrir qué nos hacían a nosotros otros actores, pero sin tener nombres o números. En vez de rastrear personas, rastreábamos aparatos.

XL. ¿Como ordenadores públicos?

E.S. Sí. Por ejemplo, poníamos bajo vigilancia un ordenador en una biblioteca pública y activábamos su cámara para ver a los usuarios. Grabábamos y guardábamos las imágenes por si en algún momento resultaban de interés. Teníamos toneladas de imágenes como esas tomadas en cibercafés iraquíes. Un día me topé por casualidad con la grabación de un tipo, un ingeniero, en algún lugar del sudeste asiático. Había pedido trabajo en una universidad sospechosa de haber participado en un programa nuclear o en un ciberataque, ya no lo recuerdo bien porque había un montón de justificaciones para hacer lo que hacíamos. En fin, aquel hombre tenía a su hijo sentado sobre el regazo mientras tecleaba tranquilamente.

XL. ¿Y eso le agitó la conciencia?

E.S. Sabía que estaba utilizando herramientas de vigilancia masiva, pero hasta entonces había sido algo bastante abstracto. Y de repente ves a una persona que te mira desde una pantalla sin saber que tú estás ahí. Y te das cuenta de que, mientras esa persona lee, tú la lees a ella. Aquellos sistemas de vigilancia habían llegado así de lejos sin que nadie lo supiera. Hizo falta una eternidad para que desarrollara en mí un sentido del escepticismo. Pero, cuando aparece, ya no deja de crecer.

XL. Llegó a estar muy enfermo, también cayó en una depresión.¿Tuvo pensamientos suicidas?

E.S. ¡No! Es importante que quede esto claro: ni tengo ni he tenido nunca pensamientos suicidas. Tengo un rechazo filosófico hacia la idea del suicidio. Si algún día caigo por una ventana, tengan por seguro que me han empujado.

XL. Cuando empezó a reunir las informaciones que más tarde se conocerían como ‘los archivos Snowden’, trabajaba para un organismo llamado Oficina de Difusión de Información, en Hawái. Suena a chiste.

E.S. Era el único trabajador en aquella oficina. Acabé allí por casualidad tras mis problemas de salud. Estaba en un puesto que me permitía acceder a casi toda la información dentro de la NSA. Los demás empleados que trabajaban allí sabían que yo tenía experiencia como administrador de sistemas y me dijeron. «Oye, podrías echarnos una mano». Gracias a eso tenía un nivel de acceso increíble. La NSA nunca intuyó lo bueno que llegaría a ser en aquel trabajo de difusión de la información.

XL. Aquel lugar estaba bajo tierra.

E.S. Sí, estaba en ‘el túnel’. En un punto hay un aparcamiento, al lado de una enorme base de las Fuerzas Aéreas que es una instalación encubierta de la NSA. Desde el aparcamiento se accede por un túnel hasta una colina.

XL. ¿Cómo sacaba la información?

E.S. No puedo desvelar todos los detalles porque es posible que acabe delante de los tribunales. Tampoco es que importe demasiado porque, si alguna vez me juzgan, me pasaré buena parte del resto de mi vida en prisión.

XL. Cuenta en el libro que escondía tarjetas SD en un cubo de Rubik.

E.S. Le regalé un cubo a prácticamente todo el personal de la oficina, los guardias me veían ir y venir siempre con uno en la mano. Era el chico del cubo de Rubik. Cuando salía del túnel con algo escondido y veía a los guardias, aburridos como una ostra, a veces le lanzaba el cubo a uno, y este lo cogía y me decía: «Tío, tuve uno de estos de pequeño, pero no era capaz de resolverlo. Así que lo que hacía era desmontar los cuadrados de colores». Y eso era exactamente lo que hacía yo, pero por otros motivos.

XL. Llegó a esconder tarjetas SD en la boca.

E.S. La primera vez que lo haces, intentas no temblar. Luego te das cuenta de que funciona, que el detector de metales no detecta las tarjetas SD porque tienen menos metal que los remaches de tus vaqueros.

Edward Snowden: "Si algún día caigo por una ventana, tengan por seguro que me han empujado". 3

Su libro ‘Vigilancia permanente’. El Gobierno estadounidense lo ha demandado por publicarlo.

XL. ¿Cómo lleva que lo acusen de traidor?

E.S. Tienes que estar convencido de que haces lo que haces por las razones correctas. Si quieres cambiar las cosas, hay que estar dispuesto a asumir riesgos.

XL. ¿Qué hizo en su último día en Hawái antes de volar a Hong Kong para reunirse con los periodistas?

E.S. Básicamente organizar las cosas y tratar de no cometer ningún error. Al mismo tiempo estaba muy triste, le escribí una nota a Lindsay.

XL. Lindsay Mills era su novia y hoy es su esposa. ¿Qué le escribió?

E.S. Que me tenía que ir por trabajo. No podía decirle mis planes.

XL. ¿Por qué no?

E.S. Si se lo hubiera contado y ella no hubiera llamado inmediatamente al FBI, el Gobierno la habría acusado de formar parte de una conspiración.

XL. Describe su llegada a Moscú como un paseo: cuenta que se negó a colaborar con el FSB, el servicio secreto ruso, y que lo dejaron ir. Nos suena poco plausible…

E.S. Creo que el Gobierno ruso no ordenó que me colgaran por los pies y me aplicaran descargas eléctricas hasta sacarme todos los secretos porque el mundo entero nos estaba mirando. No sabían qué hacer conmigo. Su respuesta fue: esperemos a ver qué pasa.

XL. ¿Tiene amigos rusos?

E.S. Mantengo cierto distanciamiento con la sociedad rusa. Vivo mi vida dentro de la comunidad angloparlante. Y bueno… soy un tipo al que le gusta estar en casa, siempre y cuando tenga una pantalla a la que pueda mirar. Condeno la actitud del Ejecutivo ruso hacia los derechos humanos, su rechazo a unas elecciones libres y justas. Pero no me hago selfis delante del Kremlin porque el Gobierno de Estados Unidos podría utilizarlo para desacreditar mi trabajo.

XL. Desde Occidente se acusa a Rusia de ser uno de los principales agentes disruptivos en el ámbito digital. ¿Con razón?

E.S. Rusia es responsable de muchas actividades condenables en el mundo. ¿Ha interferido en elecciones (Rusia)? Con bastante seguridad. ¿Pero ha interferido Estados Unidos en elecciones? Por supuesto que sí. Lo lleva haciendo décadas. Cualquier país mayor que Islandia intentará siempre inmiscuirse en aquellas elecciones que le sean decisivas y todos negaran haberlo hecho porque así es como funcionan los servicios secretos.

XL. ¿Propone desmantelarlos?

E.S. El problema surge cuando los servicios secretos asumen que pueden escapar a la influencia de la política, la ley y la opinión pública; y son ellos los que ejercen influencia sobre esas instancias. Uno de sus recursos habituales es decir: si esto o aquello se llega a saber, morirá gente. Pero casi nunca es verdad.

XL. ¿Qué propone usted?

E.S. Tenemos que poner fin a la recogida en masa de información. Si todas las personas están sometidas a vigilancia todo el tiempo solo por si alguna se vuelve peligrosa, eso acaba resultando problemático porque es algo que altera el carácter de una sociedad.

«Su móvil analiza su comportamiento y calcula su ubicación en todo momento, incluso apagado. Si nadie desarrolla una alternativa para parar eso, acabaré haciéndolo yo mismo»

XL. ¿Internet ya no funciona?

E.S. Oh, no, incluso funciona demasiado bien: pero para la gente equivocada.

XL. ¿Es posible reinventarlo?

E.S. ¿Cuál es la situación hoy? Tenemos Facebook, Google, bases de datos enormes que controlan los ordenadores. Cuando quieres saber el camino, se lo preguntas a Google Maps. Google procesa tus búsquedas y te manda la respuesta. Los servicios de reconocimiento de voz, Siri, Alexa, el que sea, funcionan igual. Hoy, los terminales tienen una capacidad mucho mayor que antes. Podrían organizarse las búsquedas en Internet sin depender de la nube. Ya no hacen falta nodos centrales. ¿Por qué tiene que saber Google adónde voy? Una app de mapas puede funcionar sin Google, por mucho que desde Google se asegure lo contrario.

XL. Pero la gente parece encantada de usar Facebook, Google y Siri.

E.S. Miren el móvil, aquí, sobre la mesa. ¿Saben lo que hace mientras la pantalla está apagada?

XL. No, en realidad, no.

E.S. Se está comunicando cientos o miles de veces por minuto. Se pone en contacto con redes publicitarias, analiza su comportamiento, calcula su ubicación. Todo eso sucede de forma invisible. Imaginen que pudieran pulsar un icono para detener todas las funciones ocultas, ¿lo harían?

XL. Seguramente.

E.S. Pues en estos momentos no es posible. Nos dicen: pulsa en «aceptar» y tu vida será más feliz. Si nadie desarrolla una alternativa, al final acabaré haciéndolo yo mismo. Tenemos que visibilizar esta persecución constante.

XL. Usted fue espía, sabe cómo encubrir y desinformar. ¿Por qué deberíamos creer una sola palabra de lo que ha escrito?

E.S. No deberían. Creo que he sido muy honesto, pero la enseñanza que deben extraer de su lectura es. sean escépticos, cuestiónenme, duden de mí. pero, por favor, háganlo también de las personas que dirigen el timón.

NO TIENEN POR QUÉ CREERME

Snowden tiene un mensaje para los lectores: «Cuestiónenme, duden de mí… Pero, por favor, háganlo también de las personas que dirigen el timón».

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